miércoles, 10 de diciembre de 2014

Tomás ha muerto


 
Tomás ha muerto. Es por eso que pretendo ahora contar parte de su historia, de su historia conmigo.
Me has preguntado que cómo lo conocí, qué cómo lo traje a vivir a mi casa, y todo lo que tú sabes, aunque lo que conoces y has visto ha sido una historia desordenada a la que has hecho juicios, a mi ver, injustificados, pues nunca sentiste simpatía por él. Tendría que explicarte cómo fueron sucediendo las cosas entre él y yo para que quizá puedas comprender lo que realmente sucedió. Sí, explicarte de otra forma a la que ya sabes.
No recuerdo bien dónde y cuándo lo conocí, es decir, tal vez entre mis recuerdos se encuentran aromas y colores, pero no nombres ni fechas. Sé de cierto, que nos cruzamos de frente en una calle; yo entonces iba sumergida en unos pensamientos frágiles, de esos que van saltando de un borde a otro, cuidándose del precipicio que hay en medio, y justo cuando uno de mis pensamientos intentaba saltar sobre otro me topé con su mirada. Debo admitir que me tomó por sorpresa, tanto que perdí la concentración que ya había ganado después de caminar y caminar durante un rato. Sin embargo, el cruce de miradas duró un par de segundos y seguí de largo.
No recuerdo cuánto más había caminado cuando advertí que me seguía; sus pasos no se habían escuchado detrás de mí, pero él pasó por un camino de yerba seca que yo esquivé y fue cuando escuché un pequeño crujir. No volteé, pero estaba segura que él se había dado cuenta de que yo sabía que iba siguiéndome. No sentí miedo, eso lo recuerdo bien, dejé que continuara como si fuera un juego entre ambos. Aunque ahora que lo pienso, no podría asegurar del todo si en el fondo un poco de miedo se coló en mí, y terminó por mezclarse con curiosidad. 
Caminé hacia mi casa. Frente a la puerta me detuve a buscar la llave y entonces escuché por primera vez su voz, un murmullo que no entendí. Paralizada esperé. Se acercó despacio hasta quedar de frente y yo le lancé una de mis miradas más profundas, él inclinó un poco su cabeza hacia la derecha y me sostuvo la vista también, como entendiendo que a partir de ahí el resto se trataría de comprendernos en silencio.
Sí, lo dejé entrar, y ya sé que me dirás que fue precipitado, que suelo actuar así, que a veces no pienso, pero la verdad es que fue una intuición, una percepción inmediata. Me dirás, también, y casi puedo escucharte, que pude haber actuado de esa manera porque entonces me sentía sola, pero no, yo ya te he hablado de que la gente confunde tristeza y soledad con melancolía.
Lo dejé entrar, le invité algo de beber y después estuvimos sentados en la sala. Le hice saber desde entonces que esa sería su casa también. Él parecía a gusto. Había entre los dos un silencio confortable. Esa noche Tomás se quedó en mi casa, ¿qué cómo sucedió? No lo sé, y temo dar una respuesta que dé una idea equivocada, sólo me sentí muy a gusto con su presencia.
Sé que los detalles te aburren, pero recuerdo que salíamos al jardín (¿en realidad debo decir que yo salía al jardín y él siempre iba con pasos silenciosos detrás de mí?) y como parte de mi ritual cotidiano de cada tercer día, abría la llave y me quedaba viendo unos segundos cómo llegaba el agua hasta la punta de la manguera y cómo la tierra suelta comenzaba a oscurecerse, cómo el agua iba haciendo pequeños canales buscando expandirse y era hasta que el olor a tierra mojada invadía el jardín que yo me sentaba en una cómoda silla playera para leer. Tomás se quedaba viendo el agua, aun después de que yo ya estaba leyendo, pero sin mojarse, sin acercarse demasiado. Observaba fijamente el correr del agua entre el pasto y las plantas, solía distraerse fácilmente con un bicho o seguir con la mirada a los mosquitos y después caminar hacia mí y acomodarse en una silla idéntica, contigua a la mía, luego dormitaba un rato sentado, no volvía a abrir los ojos hasta que yo me levantaba a mover la manguera o a cerrarla, y entraba a la casa del mismo modo que habíamos salido.
            Me acostumbré demasiado a él, a su silenciosa compañía, porque entonces yo podía hablar y hablar y tener la impresión de que hablaba con alguien aunque supiera que él sólo escuchaba. Incluso podía llegar a asimilar que él ni siquiera me estaba escuchando, pero fue quien desencadenó que cada vez hablara y me contestara yo misma, que hiciera una recuento de historias del pasado y que en cada recuento acomodara sutilmente las palabras como acomodar latas en la alacena, tal y como quería que se fueran fijando en mis recuerdos. Así, como te hablo a ti ahora.
            No siempre se quedaba conmigo. Algunas veces tardaba varios días en regresar. Y yo, la verdad, le dejaba la puerta de la cocina abierta, por si volvía. Cuando regresaba no le pedía explicaciones, lo abrazaba cálidamente y le hacía saber que esa seguía siendo su casa. Y sí, has de pensar que qué loca y que sola estaba. Sí lo estaba, sí lo estoy, porque además, si quieres que te cuente de nuevo ese episodio, si quieres que vuelva a narrarlo buscando las palabras exactas, o no, buscando las palabras más adecuadas, las que se vayan acomodando mejor cada vez, te digo que una ocasión volvió en la madrugada, todo golpeado. No se quejaba, no le pregunté quién ni cómo. Salí de inmediato a buscar medicamentos y alicientes para sus golpes y regresé a curarlo. Estuvo varios días en cama, casi no comía. Yo aproveché para quedarme junto a él, para contarle otras historias, unas vividas, otras inventadas. Él como siempre, me veía, me proporcionaba una quietud que no se puede comparar con nada.
Pensé que se aliviaría, y así fue. Comenzó a comer un poco. Regresó su buen humor y sus miradas tiernas. Todavía salimos al parque unas cuantas ocasiones más, como aquella primera vez, yo fingiendo que él no iba, él haciendo unas pausas detrás de mí, sin alcanzarme totalmente, pero sabiendo que andaba detrás.
Luego llegó ese día. No apareció en la mañana, ni en la tarde, ni los siguientes dos días. Pero esta vez sabía, lo sabía. Salí a buscarlo. Nunca antes lo había hecho. Recorrí calles, le gritaba. La gente lanzaba esa mirada a la que ya me he acostumbrado, desde que éramos chicas, recuerdas, cuando mi madre me decía que dejara de hablar sola, pero yo te veía y tú me sonreías y me decías con que no dijera nada, que ellos no entendían.
Lo encontré en un callejón, en el suelo, sin movimiento. Yo lo sabía, esperé a que anocheciera, lo cargué hasta la casa. Y luego tú me acompañaste a enterrarlo en el jardín. No lloré, yo ya no lloro desde hace mucho. Pero sigo dejando abierta la puerta de la cocina. 

domingo, 23 de noviembre de 2014

Duermes más cuando estás triste...


Llueve. Detrás de la ventana no. Detrás es otro tipo de lluvia. Brota de unos cuencos de algo que llaman cara.
Llueve afuera. Llueve adentro.

Ella recuerda una noche en la que primero no llovía.

Alguien llamó al teléfono. Ese amor, mantenido hasta entonces como un eco a la distancia. Una voz. Una pregunta.

Ella sale a la calle.

Él se impacienta, se levanta de la cama y la sigue; ha notado su inquietud.

Ella balbucea, un sí, un no, un estoy bien, pero…

El que se ha levantado de la cama pregunta quién llama.

Ella camina sin responder y sin colgar. La voz advierte el peligro. Silencio en el auricular. Ella vuelve sus pasos más largos. Quiere mantener la voz…o el silencio. La respiración a distancia también es lenguaje.

Él la alcanza. La observa con una mirada desconocida.

Ella se despide. No sólo por el auricular, también de quien tiene enfrente. Ha llegado el momento de confesar sin palabras. De narrar el último viaje con un silencio largo. Un amor. Una voz. Un placer que no puede nombrarse, que cala porque es ausencia.

Él la agita de los hombros. Necesita que hable.

No hablará. Esa historia es lo único que le pertenece.

Él le pide que vuelvan a casa. Ella mueve la cabeza con una negativa. Debe caminar. Comienza a llover. Una lluvia menudita que parece que no moja. Ella vuelve a andar. Ahora a pasos cortos.

Él la sigue sin hablar. En ese momento las palabras no tienen resonancia.

Luego de un rato él se desespera. Quisiera golpearla. Se contiene. Ella parece notarlo y retoma el rumbo a casa.

Al llegar, ella toma una almohada y se tira en el sofá. Se acerca una sábana. No se cambia de ropa. Tiene frío.

Ambos están mojados.

Él no podrá dormir. De ahora en adelante no podrá dormir.

Muy pronto ella entra en un sueño profundo, donde una voz a lo lejos la espera. Una mirada quieta la tranquiliza.

Pero él sigue sin dormir, y no permitirá que ella duerma en paz. Prende la luz. Jala la sábana que la cobija.

Ella despierta, vuelve a taparse y se cubre la cara.

Él apaga la luz. Enciende nuevamente. Jala la sábana, la toma en los brazos, la levanta a la fuerza. Ella intenta despabilarse del sueño. Él le suelta un golpe que la empuja hacia el sofá.

No dice nada. Ninguno dice nada. Él murmura “puta” por lo bajo.

Ella sonríe mientras se soba la mejilla que pronto se hinchará. Ella murmura o imagina que murmura “no soy puta, y lo sabes, pero tú has sido un hijodeputa, y lo sabes”.

Él parece adivinarlo; se enciende y levanta la mano, con un coraje que cada vez es menos contenible. Ella lo mira a los ojos y gira un poco el rostro para que le pegue en la otra mejilla.

Él llora. Ella lo llama cobarde.

Él llora más fuerte, como un niño.

Ella le regresa el golpe. Le dice o cree decirle: “no diré ‘lo siento’, no tengo por qué, tú lo has hecho otras veces, porque sí, en secreto”.

Él apaga y prende la luz. Apaga y prende la luz. Como en una regresión a su infancia. Llora.


Ahora que llueve allá afuera, años después, ella recuerda la noche en que todo acabó y en que todo comenzó. No debe arrepentirse de nada, sólo los cobardes se arrepienten. Esa noche, entre sueños murmura un adiós no dicho, y sabe que duerme más cuando se encuentra triste.  

martes, 14 de octubre de 2014

Siniestro





 

¿qué hacer con un sistemas de músculos, nervios y huesos 
que se ha vuelto confuso y no encuentra el orden: 
cuando el pensamiento no importa y la piel y la forma
 reclaman su presencia urgente: cuando lo que hay que resolver
 es cómo colocar los brazos al dormir?”
Angelina Muñiz-Hubberman



Supongo que la gente común sabe y siente que los brazos son extensiones de sí. Pero yo tengo la certeza de que mi brazo izquierdo se equivocó de cuerpo. Mi brazo derecho se amolda perfectamente a mí, de pie, en la cama, en el sillón, pero el otro no. Si lo dejo hacia abajo al dormir, con la mano junto al muslo, se adormece y despierto con el brazo acalambrado. Si duermo con el brazo hacia arriba, debajo de la almohada, llega un momento en que mi cabeza queda encima y me duele más. Como que este brazo izquierdo no es mío. Las más de las veces se niega a hacer lo que le pido. Será porque es el siniestro, y siniestras son sus motivaciones. No será de extrañar, pues, cuando lean la nota en el periódico: “Extraño caso de suicidio: mujer se asfixia con su propia mano”.

domingo, 5 de octubre de 2014

La hormiga insurrecta/ Romina Inzunza



¿Qué sería de mi vida si dejara al grupo, si estuviera en desacuerdo con trabajar todo el día para dar de comer a la reina, si quisiera ser libre?
La hormiga insurrecta


La hormiga sanciona moralmente a la cigarra porque en el fondo desea ser como ella. Desearía aprender a despreocuparse por el mañana.

Ser cigarra no es solamente dejar de trabajar y cantar todo el día. Es practicar la libertad. Habrá hormigas que por más que canten no podrán disfrutarlo.

–Ser libre pesa más que no serlo –dice una cigarra. Las cigarras son solitarias. Las hormigas siempre van en grupo.

Si una hormiga decide dejar su sociedad monárquica por lo menos sabe trabajar. Si a una hormiga reina la abandonan todas las hormigas obreras se enfrentará al desempleo. En ningún lado hay vacantes de reina.

¿Por qué es tan difícil que las hormigas se organicen, si son la mayoría?

Ser una cigarra atrapada en el cuerpo de una hormiga.

La pequeña hormiga adolescente encontró un libro que habla de jornadas laborales de seis horas, de tiempo libre, de clases prácticas de artes para todos, de paseos sin reloj, de aprender otros oficios. Ahora comienza a odiar su vida. Ve a sus compañeras, afanosas, y odia el libro porque le descubrió otra posibilidad: la de cuestionarse.

La hormiga insurrecta ahora se toma unos minutos de descanso; en ellos le gusta sólo ver pasar el tiempo, contemplar el paisaje. Desearía que sus compañeras estuvieran en la misma situación, que hicieran un alto, que tomaran una pequeña siesta, sin sentirse culpables. Pero las otras hormigas comienzan a verla con desaprobación.

La pequeña hormiga joven ya no tiene miedo, pero no sabe qué hacer, no sabe qué sigue. Ahora conoce la angustia, la angustia del que es libre.

La hormiga joven decide enfrentar lo que venga. A veces quisiera matar a la reina, así liberaría a todas sus compañeras, pero sabe que ellas no quieren ser liberadas.


Lecturas de una hormiga que despierta

Después de leer a Augusto Monterroso, la hormiga escribió:

Y cuando despertó seguía siendo hormiga. Ser cigarra había sido un sueño.

A la hormiga insurrecta le gustaría poder decir: “Preferiría no hacerlo”, como Bartleby. También le gustaría tener una opción que la consuele, y no morir de inanición, como Bartleby. (Después de leer a Herman Melville)

La primera forma de la esperanza (de una hormiga) es el miedo, el primer semblante de lo nuevo, el espanto. (Leyendo a H. Muller)

sábado, 5 de julio de 2014

Retrato esperpento: G latina: Palabracadabra ediciones: Lacolz




Un viernes 27 de junio:
Estamos presentando el libro de Eduardo del Castillo, mejor dicho de Edgar González, mejor dicho de Lacolz, una novela, o mejor dicho, una nivola. Pero también estamos presentando el primer libro de la colección g latina, y el primer libro también de Palabracadabra ediciones.
Muchos aquí ya conocen o han oído hablar de Palabracadabra, sobre todo del fanzine literario. Un proyecto en el que hemos trabajado a lo largo de varios años, que comenzó por allá del 2006 y luego estuvo varios años sin aparecer, hasta el 2010, con un nuevo equipo de colaboradores, diseñadores, correctores y editores sacamos el número 2 y después los siguientes.
Un proyecto editorial siempre es difícil de mantener, tanto económicamente como anímicamente, porque implica muchas horas de trabajo, mucha satisfacción con los autores e ilustradores que participan y con todos los que nos leen, pero también mucho cansancio y en los primeros números poca ganancia (todavía vamos en los primeros números).
Pese a todos los pronósticos, tenemos ahora 4 años con la misma idea: publicar textos frescos, juguetones, aunque con su dosis de inconformidad, de insatisfacción, pero también propositivos, sea en la forma o en el contenido, experimentales desde el lenguaje o desde su misma estructura. Dirigido a los jóvenes y los no tanto, es decir, a los jóvenes de pensamiento.
Una de las partes más divertidas es que elegimos los textos que más nos gustan y que creemos que a otros lectores agradarán también. Hace varios números que abrimos una convocatoria en redes sociales, cada vez nos llegan textos y gráficos de más lejos, y cada vez más nos conocen y nos piden ejemplares de lugares que ni imaginábamos, en fin, creemos que todo va viento en popa con el fanzine.  Pero esta no es una presentación del fanzine, sino el antecedente para lo que realmente quiero comentar.
A los que conformamos el equipo de Palabracadabra digamos que se nos facilita bastante complicarnos la vida. Cada vez que nos embarcamos con algo que sabemos que implica mucho trabajo y terminamos muy cansados y sin ganas de vernos en muchos días decimos que no hay que volver a hacerlo, que para qué tanto desgaste, que para qué tanto desvelo, y a veces hasta prometemos recordarnos unos a otros que la próxima vez que se nos ocurra algo así diremos que no, porque los proyectos editoriales necesitan de tiempo, de paciencia, de dinero, y ninguno de nosotros tiene tiempo, paciencia o dinero de sobra.
Pero por alguna razón siempre volvemos a recaer, como rehabilitados que dicen: “ésta si es la última, es la despedida”, aunque estamos seguros de que pronto surgirá algo más descabellado. Y sólo nos reímos cuando alguno se acuerda y dice: “¿qué no prometimos que no volveríamos a hacerlo así?” Pues bien, la única razón que se me ocurre es que de verdad es algo que se nos da con facilidad, como inherente a nosotros mismos y creo que en parte por ello seguimos juntos en el proyecto:
He aquí un diálogo de cómo sucede:
–¿Y si la novela que escribí con el apoyo de la beca del PECDA la editamos desde Palabracadabra?
–¿Pero que no te dijeron que con que repartieras unas cuantas copias e hicieras una presentación sencilla era suficiente para ya cerrar el proyecto?
–Sí, pero ¿y si aprovechamos que ya está escrita para comenzar la colección que habíamos platicado?
–¿Y cuánto tiempo tendríamos para revisarla, editarla e imprimirla?
–Pues como dos semanas.
–Sí, yo creo que sí se puede, tenemos mucho trabajo pero sí se arma.
–¿Y en dónde la presentamos?
–Pues que sea en un lugar que no tenga nada qué ver con presentaciones de libros?
–Ay, pues en julio se antoja una alberca, una fiesta playera (bromeando).
–¿Y qué vamos a tomar?, ¿y qué música va a haber?
–¿Y si le decimos a Máscara que haga la portada?
–Pero va a andar en el DF. Deja le pregunto.
–Dice que tiene demasiado trabajo, pero que sí se la avienta.

Y bueno, así comienza todo y en el cierre de edición ya estamos nuevamente pensando que tal vez es una locura y que quién se va a hacer cargo de la barra, y de la venta de los libros y que qué vamos a hacer si no alcanzan a llegar de la imprenta…, y el ciclo de la angustia vuelve, y si todo sale bien la alegría llega también, como una droga, y siempre aparece gente que quiere colaborar porque sí, y en momentos volvemos a creer que todo tiene sentido, y sí no lo tiene pues al menos somos ya muchos que no nos interesa si tiene sentido o no, que nuestro gusto es, y quién nos lo quitará. 


            Ahora, con lo anterior pareciera que ha sido una ocurrencia y nada más. Pero la verdad es que no sería así si fuera cualquier autor. Edgar ha estado todos estos años en el fanzine, trabajando también en los servicios editoriales, y en todo ese tiempo he seguido su escritura, sus gustos y sus obsesiones en la lectura. He sido su fan (secreta), ésta es la única vez que lo diré, ya saben, luego los escritores se inflan, y lo cierto es que lo que Lacolz escribe cabe perfectamente en lo que deseábamos en la colección, así que desde ahora lo declaro el padrino de ésta y a todos ustedes los testigos en este bautizo al Retrato esperpento. 
            En la contraportada  dice, sobre la colección, que g latina presenta narrativa actual, vitaminada, lúdica, atrevida y sin conservadores, que como decía antes, han sido los parámetros del fanzine: la experimentación y la libertad con calidad literaria.
            Sobre la nivola ya no ahondaré, porque ya sé que todos quieren que hable el autor y están aquí esperando a que yo termine, pero quiero decir algo sobre ella antes de correr por una cerveza y festejar.
            Recomiendo al Retrato esperpento porque es divertida e irreverente.
Deben leerla porque este muchacho tiene una habilidad grande para jugar con las palabras, para retorcerlas, y conseguir que sean su herramienta lúdica.
            La recomiendo también porque hay mucho manoseo. Manoseo de otros textos. Si usted no lee mucho o no lo suficiente podrá conocer otros textos literarios y no literarios, eso sí, pasados por las intervención de Lacolz. Usted no sabrá qué tanto es el texto original y que tanto fue el manoseo del autor, pero chance y hasta lo haga ir a investigarlo, es decir, lo hará buscar a los autores a que remite.
       La recomiendo también, porque si usted es cercano a Lacolz tal vez aparezca caricaturizado como personaje. Y recuerde siempre que la literatura es  ficción, en el momento en que narramos ya estamos omitiendo datos o exagerando.
            La recomiendo, finalmente, porque tiene un final terrible que no deberán perderse. Sí, todos mueren al final y cómo mueren.
No, esto último no es cierto, pero siempre había querido decirlo en una presentación.
            Felicidades a Lacolz, y gracias a Germán, Fer, Aleida, Luisergio, Cecy, y a todos los que estuvieron implicados.
Muchas gracias.




*La presentación del libro la realizamos en una Quinta con alberca y palapa. Una tarde demasiado calurosa, en la que llegaron más de 120 personas. Al terminar en la mesa de comentarios siguió la música, la cerveza, la botana, la venta de libros, las firmas y más tarde la zambullida en la alberca. Gracias a todos los que nos acompañaron.


jueves, 3 de julio de 2014

Miedo cerval - 1000 Books by 1000 poets





Marca la muerte en el cuerpo con una luz negra, como si el corazón, en el frasco, saliese con fuerza por la espalda, desplazando huesos y piel.

Gonçalo de Tavares



Este es el epígrafe que abre el poemario y que va augurando ya un tema, y sobre todo, una perspectiva poética: la voz del desasosiego, diría Ciorán, la voz poética que recuerda, que anhela, pero que ya no cree. Una desesperanza que es la mejor protección ante los miedos futuros y los miedos pasados.

Yo no quiero analizar este poemario. Diré qué fue de mi lectura. Diré solamente que es breve en su extensión, pero afilado.


Ambivalencia es la palabra que me queda al cerrar sus páginas, por tercera vez. La ambivalencia, según la psicología, es el estado de ánimo, transitorio o permanente, en el que coexisten dos emociones o sentimientos opuestos, como el amor y el odio. Los poemas me generaron un dolor profundo, existencial, pero también una satisfacción secreta por el ritmo que producen, por las imágenes que se disfrutan, como un masoquismo del lenguaje, el contenido puede doler, pero la forma es placentera.

 5 apartados dividen a Miedo cerval.



Apartado 1: Síntoma, enfermedades

El cuerpo suele hablar a través del dolor, a veces el dolor es un llanto profundo que puede salir en forma de lágrimas, a veces un grito emocional que es tan grande que debe convertirse en síntoma, en enfermedad, un cuerpo que necesita supurar, contracturarse, convulsionarse, generar la crisis para que la mente reaccione, para que la mente recuerde que está unida a un cuerpo, que no son dos, que no somos un alma atrapada en él, que somos ese binomio inseparable, que no podemos deshacernos del cuerpo.



Cito: “Historia anímica II”

Alguna vez alguien pensó que estábamos desperdiciando la vida inventando padecimientos para la cabeza porque no podíamos aceptar la locura porque no podíamos abrazar la vida sin que los pellejos de piel muerta se nos alojaran en los huecos.



Apartado 2: Pecho, corazón

Según la religión hindú tenemos siete puntos energéticos principales que pueden estar en armonía o en conflicto. Cabeza, entrecejo, garganta, pecho, estómago y órganos sexuales es donde se sitúan simbólicamente éstos. Siguiendo esta creencia, cuando nos duele una de estas partes del cuerpo significa que tenemos bloqueado o desalineado ese punto energético, es decir, que una emoción no resuelto se convierte en dolor. Algo de esta concepción se pasó a occidente, cuando decimos que los males de amor son males del corazón. Al órgano que sirve para bombear sangre a todo el cuerpo le adjudicamos el malestar de una decepción amorosa o amistosa. El lenguaje coloquial corrobora estas ideas, decimos que algo nos oprime el pecho cuando sentimos angustia, ansiedad, preocupación. Decimos también, y yo diría que sentimos, que el miedo pertenece al estómago. Cuando advertimos el peligro el primero que la lleva de perder es el aparato digestivo, sus funciones se alteran, se atrofian, se desajustan.



En el lenguaje del poemario las emociones son cuerpo, los sentimientos también. Y algunos de los versos se crean a partir de imágenes donde sentimiento-cuerpo son imposibles de separar.



Cito: segundo poema


Estoy inconforme con mi

propio corazón

porque no puedo deshacerme

de tanto miedo

que dios me dio al parirme



Apartado 3: Infancia, cicatriz

De manera ineludible todos estamos ligados a nuestra madre. Aún y si una madre abandonara a su hijo al nacer, éste ya ha tenido un vínculo de 9 meses con ella que no podrá negar, por más que lo desee. Un cuerpo materno que alimenta a otro pequeño, que lo aloja, que lo cubre con un tibio líquido. Un vientre que es la primera casa. Un cuerpo materno que nos transmite, además, unos genes de los que tampoco podremos escapar, incluyendo gustos, miedos, fobias y manías.



Cito: poema “Abrir la boca”

Nací un domingo santo. El día en que las puertas del cielo se abrieron, unos labios jóvenes me dieron a luz. Y el dios que resucitó a los tres días no debió permitir mi nacimiento. No debió darme este ombligo para alimentarme ocho meses de la comida de mi madre. Devorar su inocencia. Atragantarme su dolor. Veinticinco años y abro los ojos sin desear abrirlos. Porque es tener la certeza de que si los abro sigo anclada a la cama. Sigo en este abandono. Siendo una malagradecida con la que me amamantó tan sólo unas cuantas veces. Y no es su culpa. Esta culpa la siento yo por haber llorado el primer llanto para que el doctor me entregara a la vida como si estuviera sacrificándome al mundo.



Apartado 4: Tropiezos, soledad

Hablar de tropiezos es hablar de pasado, es emplear la memoria con todos sus recursos para sentir nostalgia por los momentos gratos o para arrepentirse y desdecirse de lo ocurrido, pero también es oportunidad de hablar de frente con el “hubiera”, recordar todo lo que no fue.

La memoria también es cuerpo, porque es imágenes, sonidos, olores, colores y tacto. Recordamos con la piel, con las manos, con los oídos… por eso podemos decir que el pasado duele, se siente.



Cito: “No planté un árbol de mandarinas”

Recuerdo el olor de lo que siempre está por irse

de lo que siempre está por terminar

la piel color naranja venas más antiguas

que cualquier otro deseo

tal vez pude quererte

tal vez pude ser lo último que nos sobra

el olor es la memoria recuerdo

el origen de la angustia de la premonición

recuerdo el sabor el precipicio el sustantivo

recuerdo que te quise

y cuando pasen los años

aunque pasen

diré que no

que no fue suficiente

que no quisimos que nos bastara



Apartado 5: Futuro, anterioridad

Luego de la memoria, de lo pasado, se augura el después. Pero es el futuro visto como a los ojos de un muerto que tiene pena por el devenir que ya vislumbró. Un futuro que se recuerda. Un anhelo, un deseo desde la desesperanza, como adelantarse a los hechos, desde ese día futuro que ya fue.

Un efecto poético que nos hace sentir una melancolía existencial por lo que vendrá, una tristeza más allá de la muerte.



Cito: “Uno: plan a futuro”

Será triste no poder darle mi nombre

al de la autopsia o al de la funeraria

y seguir dependiendo del vivo que proporcionará mis datos

y no es la tristeza de quien me va a seguir nombrando en vano

o de quien se olvidará de hacerlo

sino la tristeza de seguir teniendo nombre propio.





Aleida podrá decir, ya le tocará su turno, que nada de lo que yo he hablado aquí aparece en su poemario. Que tal vez en otro universo pensaba ella al componer estos poemas. Porque un texto, ya en manos del lector, es un ser viviente que va tomando formas diversas a la luz de otros ojos, es un ser que se desentiende de su autor. Coincido con la teoría que defiende que los textos literarios terminan su ciclo en la mente del lector, porque nosotros somos quienes los relacionamos a otras lecturas, otras referencias y a nuestra propia experiencia. Esta es mi lectura de Miedo Cerval, donde entre líneas se asoma, quizá, mi propio miedo.



A Aleida la conocí hace años como mi alumna en el diplomado de la Escuela de Escritores. Si el tiempo lo contáramos en libros he de decir que hace tres libros que nos conocimos. El primero fue la Antología compartida, donde ella participó como autora de algunos poemas y yo como la editora y alcahueta de esa publicación. Un proyecto de la única generación que se ha graduado con libro impreso.

El segundo, Al viento lo que es del pájaro, un poemario editado por Tolvanera Ediciones, proyecto en el que ella colabora directamente, como autora, como editora y en el que yo he apoyado algunas veces, y de manera indirecta, en la edición y maquetación. Un minipoemario que es resultado, en parte, de su cariño por los libros como objetos y por su confección.

Y este tercero, Miedo Cerval, ya parte de un proyecto mucho mayor, que incluye la edición de 1000 poetas de todo el mundo, un experimento para una comunidad global de escritores unidos por las redes. Y también, un poemario más personal donde la autora nos muestra otros temas y otras de sus obsesiones.

Si contáramos el tiempo por lo que en conjunto nos ha tocado revisar y editar tendría que hablar de muchos fanzines y textos. Pero también tendría que hablar de cientos de tardes compartidas, siempre con un montón de libros alrededor. Hace mucho tiempo que Aleida dejó de ser mi alumna y se convirtió en una amiga más, una amiga en la literatura.