lunes, 21 de abril de 2014

La imposibilidad de escribir o crear desde la negación




No. No querer escribir. No poder escribir. Sentirse incapacitado, o bien, aprovechar la negación para crear desde el NO, desde la misma imposibilidad.
Por el momento la llamaré negación literaria. No se confunda, por favor, con la negación hacia la literatura. Una preposición puede cambiar el sentido entero de una frase. Pero, ¿cómo puede ser esto de crear desde la negación?
Veamos. Se trata de quienes han hecho de la negación su tema principal, quienes han logrado dar una vuelta de tuerca al problema del “bloqueo del artista”. Donde parece que no hay nada, surge la nada como un todo. ¿No se te ocurre nada? ¿Y entonces porque no escribes sobre eso?
Entre mis negados favoritos está el libro Bartleby y compañía[1], del español Enrique Vila-Matas. Una especie de novela-ensayo en la que su personaje principal intenta descifrar por qué dejó de escribir, y para salir de dicha traba vuelve a escribir, pero esta vez sobre los autores que padecen del mal de Bartleby[2], esto es, “en los que habita una profunda negación del mundo”, los que después de X número de libros abandonaron la escritura para siempre. Por sus notas desfilan curiosidades de escritores como Juan Rulfo, Robert Walser, Rimbaud, entre muchos otros, así como casos de personajes históricos como Sócrates, quien sabemos de boca y pluma de su discípulo Platón, no escribió nunca.
Otro negado entrañable es el uruguayo Felisberto Hernández, con su cuento “Las dos historias”[3]. Su protagonista es un joven que tiene muchos deseos de escribir un cuento, pero a la hora de sentarse a hacerlo descubre la razón profunda por la que tenía tantas ganas de atrapar esa historia y encerrarla en el papel, y al descubrirlo, se le deshace el anhelo de escribir. El placer del lector, o al menos de un lector fetichista como yo, es el momento en que adviertes lo absurdo que resulta que estés leyendo un cuento acerca de alguien que quiere escribir un cuento y no puede, y el no poder es parte del desenlace de la historia.
La mexicana Josefina Vicens nos dejó El libro vacío[4]. José García, su protagonista, intenta escribir una novela; para ello se compra dos cuadernos, en el primero escribirá todo lo que se le ocurra, luego trabajará algunas de la frases, para más tarde, cuando valgan la pena algunas de estas ideas, pueda pasarlas al segundo cuaderno. A cierta hora se encierra a escribir cada día, pero no puede desarrollar su novela. Su esposa intenta no hacer ruido en casa para no desconcentrar a su marido escritor, y cuando éste sale de la habitación ella le pregunta si acaso ha podido avanzar, que cómo va su libro, a lo que él responde con evasivas disfrazadas. Jamás logra escribir una sola línea en el segundo cuaderno, en cambio, tiene varias libretas como la primera, en las que sólo escribe de su imposibilidad.
George Steiner, por su parte, tituló uno de sus textos Los libros que nunca he escrito[5], en el que presenta ensayos literarios de distintos temas. Lo que éstos comparten (y de ahí el título) es que cada uno había sido pensado como un estudio crítico más amplio que terminaría publicándose, pero por diversas razones no llegaron a ser el libro imaginado, aunque sí llegaron a conjuntarse los siete en una sola edición. ¿Truco publicitario de título atractivo?
Bueno, la respuesta quedará en el lector de Steiner, mientras tanto ya me siguieron hasta aquí, leyendo lo que yo he escrito acerca de los que saben que escribir que no se puede escribir también es escribir. Va!



[1] Vila-Matas, Enrique. Bartleby y compañía. Barcelona. Editorial Anagrama. 2005
[2] Nombre del protagonista del cuento “Bartleby, el escribiente”, de Herman Melville
[3] Hernández, Felisberto. Obras Completas Vol. II. México. Siglo XXI editores. 2007
[4] Vicens, Josefina. El libro vacío. México. SEP/FCE. Lectura Mexicanas. 1986
[5] Steiner, Geroge. Los libros que nunca he escrito. México. FCE/Siruela. 2008 

jueves, 17 de abril de 2014

Aura, de Carlos Fuentes



Un miércoles 23 de mayo iba a dar una charla sobre Carlos Fuentes, y unos días antes se murió. Yo no quería, sobre todo porque más gente iría a la plática, pensando que era en homenaje por su muerte. Este es el texto que escribí en esa ocasión, cuando trabajaba en DMC Torreón, en 2012.


Con esta plática iniciamos el Ciclo de conferencias Primeras Ediciones. A 50 años de su publicación. A finales de abril acordamos desde la coordinación editorial de Dirección Municipal de Cultura celebrar algunas obras importantes de la literatura latinoamericana que hace 5 décadas se publicaron por primera vez.
            Así, la primera selección para el mes de mayo fueron las obras Aura, del mexicano Carlos Fuentes, que yo tendré a bien comentar el día de hoy; Historias de cronopios y de famas, del argentino Julio Cortázar, que será comentada por el maestro Jaime Muñoz este viernes 25; y Beber un cáliz, del mexicano Ricardo Garibay, que estará a cargo de Daniel Lomas la semana entrante, para ser exactos, el miércoles 30.
Queremos comentar tales títulos, a los que ya son asiduos lectores y seguramente han leído o escuchado hablar de estos libros, pero sobre todo a un público no especializado, como una introducción a estas obras a manera de invitación a su lectura.
            Lo que yo brevemente intentaré compartirles aquí es mi lectura de la novela  Aura, su relevancia en las letras mexicanas, y su recepción en varias generaciones entre críticos literarios, escritores y lectores (espero que no sea una presunción de mi parte querer abarcar todo eso en media hora). Daremos al finalizar un espacio para que quienes nos acompañan, ustedes, complementen esta plática con sus comentarios o compartan la experiencia de su lectura.
Mientras preparaba esta charla supe del fallecimiento de su autor. Exactamente el martes 15 de mayo nos encontrábamos afinando los detalles de la invitación de este evento, y lo primero que vino a mi mente fue que resultaría pertinente, más oportuno, que no oportunista, pues sabemos que no hay mejor promoción a la obra de un escritor que su muerte.
            Estos últimos días me han llegado comentarios de amigos y personas cercanas que corrieron a comprar el libro Aura, y lo encontraron agotado en las librerías, pese a que en los comercios de libros durante todo el año se hallan varios ejemplares porque suele ser una lectura obligada de la materia de literatura a nivel secundaria, bachillerato y a veces hasta a nivel universitario.
            Es un libro que se ha adaptado para cortometraje (año, director), se ha reelaborado para pieza teatral y que ha lo largo de los años ha dado mucho de que hablar, quizá, desde mi percepción, más que el resto de los títulos de autoría de Fuentes.
Pero ¿de qué trata Aura?, ¿por qué se convirtió en una lectura obligada?, ¿y por qué ha sido tema a tratar, más que otros libros de mayor elaboración, propuesta y complejidad literaria de Fuentes?

Carlos Fuentes es uno de los autores representativos del Boom latinoamericano, un movimiento literario que se desarrolló entre 1960 y 1970 aproximadamente (algunos dicen que desde los 50s). En diversas referencias podemos ubicar al Boom como un fenómeno editorial, pues la literatura de jóvenes escritores latinoamericanos fueron traducidos, publicados y distribuidos en Europa y en otras partes del mundo. Esto hizo que lectores de otros países advirtieran el trabajo literario de Latinoamérica y voltearan su vista a lo que se estaba haciendo de este lado del mundo.
Otros autores relacionados al Boom son Gabriel García Márquez, de Colombia; Julio Cortázar, de Argentina; Mario Vargas Llosa, de Perú, José Donoso, de Chile, entre otros.
            Tales escritores, influidos por los movimientos de Vanguardia que se había desarrollado primero en Europa y en América Latina en las décadas anteriores, desafiaron las convenciones establecidas de la literatura latinoamericana, desde una escritura experimental. Por otra parte, dadas las condiciones de los 60s de intensa agitación política, se identificaban como un grupo de intelectuales con claras posturas políticas, inclinadas hacia la izquierda e influenciadas por la Revolución Cubana, triunfo que prometía una nueva era.
            Algunos de los rasgos del Boom latinoamericano es que en la narración el tiempo no es lineal, se utilizan varias perspectivas o varias voces narrativas. Emplean el uso de neologismos, esto es, la creación de nuevas palabras o frases y juegos de palabras (para darse un clavado en un mar de neologismos pueden leer Rayuela, de Julio Cortázar). También destaca un internacionalismo, énfasis en lo histórico, lo político y la búsqueda de la identidad nacional (laberinto de la soledad, el perfil del mexicano, etc.).
            Hay muchas otras características que han mencionado mejor que yo quienes estudian a fondo este movimiento literario, y también cabe decir que las clasificaciones no son sino eso, formas de ordenar y catalogar a una generación de autores que convergen, que tienen puntos en común. Lo que quiero decir, más bien, es que, en esencia, los autores del Boom, los unió un empeño por arriesgarse en la manera de narrar su realidad, la realidad que les tocó vivir, y que no es muy diferente de lo que busca cada generación de artistas, cambiar el canon, resistirse a las formas propuestas por sus antecesores, buscar un peculiar estilo que los distinga en una época.

Carlos Fuentes publicó su primer libro a los 26 años.
Los días enmascarados (México, Novaro, 1954) es un libro de cuentos en el que ya aparecen algunos de los temas que perdurarán en toda la obra de Fuentes: la presencia del pasado indígena (en el relato de Chac-Mool) y la pervivencia de algunos fantasmas mexicanos (en “Tlacocatzine, del jardín de Flandes”).

En 1958 apareció La región más transparente (México, FCE, Col. Letras Mexicanas, 1958.) Fue su primera novela, la que le abrió todas las puertas posibles.
En palabra de Fuentes: “En ella se presenta un inventario de la sociedad mexicana, es también una visión vanguardista de la Comedia Humana (entendiendo como vanguardia un propuesta no desarrollada hasta entonces), en la que a través de un mapa de linajes se representan mundos y submundos entrelazados”. La ciudad de México aparece con toda su complejidad. Es polifónica, abigarrada, busca uno de los temas indispensables del siglo XX en México: la identidad del mexicano. Y se arriesga en las técnicas empleadas, por lo que se ha dicho que es una de las obras que cambiaron el rumbo de la narrativa mexicana. Se le ha ubicado también como la primera obra del Boom, aunque esta es una afirmación en la que no se ponen de acuerdo los investigadores.

A La región más transparente le siguió Las buenas conciencias (México, FCE, Col. Popular, 1959). Es una novela de iniciación. Novela en que se expone con agudeza la moral del México de la primera mitad del siglo XX.

Entonces llegó la pequeña novela Aura, cuando Carlos Fuentes tenía 33 años, en mayo de 1962. Publicada por editorial Era, Aura representó la continuación de unos rasgos y un estilo que ya iba dejando claros su autor en las publicaciones anteriores, aunque con una diferencia clave: la extensión breve. 62 páginas en un edición de media carta; Aura es una novela corta, muy corta, que se puede leer de una sola sentada.

Pero, de qué trata Aura
La historia se ubica en el año de 1961, en el centro de la ciudad de México. Felipe Montero, su protagonista, es un joven historiador que trabaja como profesor con un sueldo de profesor: muy bajo (casi nada ha cambiado para tal oficio desde los 60s).
Mientras toma un café y lee el diario se encuentra un anuncio en el que solicitan a un profesional con un perfil idéntico al suyo. A Montero le parece que sólo falta que aparezca su nombre en el anuncio: “historiador joven, ordenado, escrupuloso, conocimiento del francés, preferible si ha vivido en Francia algún tiempo…”
         Pareciera una mala broma, pero el sueldo que se promete no es nada desdeñable: debe hacer el intento de conseguirlo. Sin pensarlo se dirige hasta la dirección que presenta el anuncio: la calle Donceles 815 del centro de la ciudad de México (mejor conocida ahora como la calle de las tiendas de libros de viejo).  
Desde las primeras páginas en que se describe la casa se van mezclando elementos arquitectónicos desde el pasado colonial hasta la modernidad de la segunda mitad del siglo XX.
       En esa casa del anuncio, Montero conocerá a los otros dos personajes fantasmagóricos que lo acompañarán el resto del relato: la señora Consuelo y Aura. Desde que entra a esa casa también tendrá la sensación de asfixia, humedad y oscuridad de la que será presa hasta el desenlace.
            La viejita Consuelo desea que se ordenen las memorias de su marido muerto hace más de sesenta años, el general Llorente, y que queden listos para su publicación. Está consciente de que a ella tampoco le queda mucho tiempo de vida, así que la quema una urgencia por que se comience el trabajo de inmediato. Para ello Montero debe mudarse a esa casa, donde se le ofrecerá comida, todos los servicios, alojamiento y el sueldo prometido, que es casi cuatro veces más de lo que gana como profesor.
            En esa escena aparece por primera vez, envuelta en un halo de misterio, Aura, la “sobrina” de Consuelo, por quien enseguida sentirá Montero una fascinación, y aceptará el trabajo sin cuestionarse más.

La escena en que Montero ve por primera vez a Aura:
“Al fin, podrás ver esos ojos de mar que fluyen, se hacen espuma, vuelven a la calma verde, vuelven a inflamarse como una ola: tú los ves y te repites que no es cierto, que son unos hermosos ojos verdes idénticos a todos los hermosos ojos verdes que has conocido o podrás conocer. Sin embargo, no te engañas: esos ojos fluyen, se transforman, como si te ofrecieran un paisaje que sólo tu puedes adivinar y desear”.

A partir del momento en que ve a Aura, Montero se siente muy atraído hacia ella, pero también le surgirán demasiadas preguntas porque este ambiente misterioso, oscuro y sofocante de la casa no sólo está en sus paredes y sus rincones sino que permea a sus personajes femeninos, o bien, en mi lectura, ellas son quienes lo generan.
Consuelo Llorente y su supuesta sobrina Aura son personajes enigmáticos que actúan de manera extraña y la oscuridad que envuelve las habitaciones ayudan a enfatizar el misterio. Montero camina a tropezones, en varias escenas con un candelabro en la mano y en otras prácticamente se aprende el número de escalones o el número de pasos para llegar a otra estancia de la casa, como si fuera un ciego. Solamente el cuarto de la azotea, el que le han dispuesto para que trabaje, es en el que, a contraste, entra demasiada luz.
Otro elemento que ayuda a fortalecer el misterio es la manera de hablar de los personajes femeninos. Ambas hablan poco, entrecortadamente, con frases incompletas, y Montero tampoco insiste en aclarar lo que escucha, por lo que hay mensajes que se quedan a medias.
Felipe Montero intentará dilucidar qué sucede entre las dos mujeres, cuál es realmente su relación, según él, para ayudar a Aura a escapar de la vida de encierro que le ofrece su vieja tía enferma. No obstante, lo que Felipe Montero encuentra (junto al lector) será lejano a la idea de que Consuelo manipula a su sobrina en contra de su voluntad.
            No debería contarles más porque se supone que esta charla es para invitarlos a la lectura, así que contendré mi sospechas y mi teoría acerca de lo que acontece en la novela, es decir, de lo que sucede entrelíneas, pues aunque en el desenlace todo lector advierte una verdad que no se esperaba y que no se deseaba para el protagonista, también hay parte de la narración que queda abierta la interpretación.
            La ventaja es que es una de esas historias que en estos tiempos uno se puede dar el lujo de releer (por la brevedad), y en cada vista ir encontrando pistas y guiños, para hacer una lectura cada vez más nutrida, con mayor significado.
            Alguien me comentó hace días que en una página de Internet Aura se encuentra catalogada como una novela de vampiros. Claro que la página es sobre vampiros, y los amantes de vampiros se los imaginan por todos lados. Dicen inmortalidad y ven vampiros. Dicen eterna juventud y ven vampiros. Dicen ajos, estacas o balas de plata y ven vampiros. En cuanto a Aura, creo que no hay una huella clara de que el autor estuviera interesado en que se leyera así. Lo cierto es que uno de los descubrimiento que hacemos como lectores al final de la novela es la obsesión de la viejita Consuelo por la juventud, pero es una lectura que resulta válida, creo, si tiene sus seguidores.
            Lo que creo también es que en dicha novela los niveles de realidad y de fantasía, por no decir de irrealidad, se mezclan de una manera muy sutil, de modo que como lector no sabes bien qué tanto se imagina, qué tanto sueña y qué tanto realmente le sucede a Felipe Montero, y esa es una de la cualidades de esta novela.
            Y ya que hablo de cualidades, y según lo que expresaba del Boom latinoamericano en cuanto a propuesta arriesgada, Aura tiene la singularidad de estar narrada en segunda persona, en algunos fragmentos en tiempo futuro; forma y tiempo no convencional en la época de su aparición, y que tiene la ventaja de que si es tratada con cuidado, da la impresión al lector de que el narrador se dirige directamente a él, que es su interlocutor, y desde esa segunda persona, como lectores, nos sentimos Felipe Montero, nos sentimos protagonistas.
          La novela Aura se convirtió en un referente de las letras mexicanas del siglo XX, hasta cierto punto porque es legible para cualquier lector. Creo que es por ello que se habla más de ésta que de cualquier otra novela de Carlos Fuentes. Eso dice mucho acerca de los mexicanos como lectores, porque no pervive una novela de buena calidad con otro nivel de complejidad, que requiere de un lector más competente. Además, ya lo he dicho, es una novela corta, una novela que se puede encargar de tarea, leerse en un tarde, y listo. En este sentido, es un texto amable con cualquiera que se acerque a conocer la obra de Fuentes.
            Pero hay un asunto que no puedo dejar pasar desapercibido si hablamos de Aura, y si hablamos del grado de lectura en México. Pasadas varias décadas de su publicación, y Aura ya instituida como una opción de lectura para jóvenes, reitero, por su brevedad, porque tiene cierto grado de complejidad pero no se compara a otras novelas de Fuentes, por la necesidad de incluir en los programas educativos de literatura a autores representantes del Boom, pero claro, un texto que les pueda gustar a los muchachos que no tienen el hábito de lectura, etc., etc., pasadas varias décadas de su publicación sucedió algo preciso de contar (y sobre todo, de analizar).
            En el 2001, Carlos Abascal, secretario del trabajo en el sexenio de Fox, se indignó al darse cuenta que su hija adolescente estaba leyendo, nada más y nada menos que Aura. No sabemos si Abascal leía todo lo que dejaban de tarea a su hija, si acaso ya había leído Aura y la recordaba con claridad o si sólo se le ocurrió hojearla y encontró una escena que le pareció reprobable para que una chica de tercero de secundaria de un colegio de monjas estuviera leyendo. El problema llegó a mayores porque envió una carta a la escuela, se investigó el caso, es decir, entrevistaron a la maestra que imponía lecturas impúdicas en una escuela donde los más altos valores son la decencia, y dado el peso de la autoridad que se quejaba (el secretario del trabajo, como ya dijimos), se despidió a la maestra del colegio.
        Si tal situación hubiera quedado ahí no habría pasado a mayores, pues, por experiencia trabajando el librerías, en los colegios y escuelas hay quejas todo el tiempo de las lecturas que se seleccionan, y esto es desde nivel primaria. A mí infinidad de veces me llegaron quejas de que una lectura que yo les había recomendado, en especial del FCE para niños o adolescentes tuvieran como tema casa encantadas, fantasmas que reclaman venganza, o alusiones al diablo. Maestros y padres me pedían que les recomendara libros que fomentaran valores, de preferencia que los mensajes fueran muy explícitos, casi como fábulas con moralejas al final.
            Pero la literatura, la literatura de calidad, no debe preocuparse por dejar explícito un valor ético, mucho menos religioso, para eso hay libros de catecismo, de superación personal, panfletos, y similares. La literatura de ficción se preocupa por ser una propuesta estética, con una forma y una estructura atractiva para el lector. Entre sus propuestas básicas está que el lector tenga un reto frente a sus ojos, que complete significados, que le propicie el desarrollo del pensamiento, de la reflexión, de la autocrítica.
            Y volviendo a la censura de Carlos Abascal sobre Aura, el tema llegó a oído de los medios de comunicación y esto disparó un escándalo en el que dos bandos de opinión se enfrascaron en un debate inútil. Por un lado los defensores de Abascal que exhortaban a que se tomaran riendas en el asunto y que fueran revisadas cada una de las obras elegidas en los programas de la SEP, alegando que si las cosas están como están es porque estamos perdiendo los valores en esta sociedad. Y por otro, la de los escritores y lectores que planteaban el problema como absurdo, si se toma en cuenta todo lo que un chico desde primaria puede ver en televisión, en el cine o la información a la que tiene acceso en Internet. ¿No será más bien un retroceso de valores el que quieran prohibir el hábito de lectura?
            No todo terminó ahí, pues para sorpresa de Abascal, de Fuentes, y de sus editores, el morbo, que es más grande que cualquier planteamiento religioso o intelectual, hizo que la miles de personas atiborraran las librerías (algunos por primera vez en su vida) buscando Aura, la novela de fuertes escenas eróticas de las que todos querían hablar. En ese tiempo trabajaba yo en una librería Gandhi, en Xalapa, Veracruz, y era impresionante ver el desfile de gente que buscaba la novela para comprobar que por ahí de la página 48 o 49 de la edición de Era había una descripción de un hombre y una mujer haciendo el amor, pero además, que la escena amorosa se mezclaba con objetos y alusiones religiosas donde, claro estaba, significaba una herejía imposible de perdonar. ¿Por qué en 41 años los defensores de la moral no se habían enterado de que existía una obra, considerada como indispensable en las letras mexicanas, que cometía una terrible falta hacia la iglesia? La respuesta es clara, no la habían leído, no la conocían. Tal vez la moral, la doble moral, sobre todo, no se lleva con la literatura, ni con la tolerancia, ni con la diversidad de pensamiento, etc., etc.
            Carlos Fuentes, y sus editores, agradecieron la existencia de Carlos Abascal, pues las ventas llegaron a 20 mil ejemplares por semana. En una entrevista, el autor mencionaba, ya a manera de broma, que estuvo a punto de llamar al secretario del trabajo para ofrecerle ser su representante de ventas, y decía también, que todo autor debería tener su Carlos Abascal, pues contrario a lo que buscaba este personaje de la política mexicana (nadie sabe para quién trabaja), el libro Aura cobró fuerza, y refrescó el interés en los lectores por su obra. Obviamente es lamentable que sea un escándalo de este tipo el que llame a la gente a leer, y más a leer sólo una o dos páginas para alimentar al morbo y tener una conversación actualizada, pero esto es nuestro país, nuestro país lector.
            Para los que no sabían de este episodio histórico, y están pensando en salir de aquí y buscar la página 48 o 49 del libro en cuestión, les diré que no tendrán por qué gastar, ni será necesario ir a sacarse fotografías para obtener una credencial en la biblioteca pública, yo misma les leeré el fragmento satanizado, para que ustedes mismos lo analicen y se hagan una opinión.

“Tú sientes el agua tibia que baña tus plantas, las alivia, mientras ella te lava con una tela gruesa, dirige miradas furtivas al Cristo de madera negra, se aparta por fin de tus pies, te toma de la mano, se prende unos capullos de violeta al pelo suelto, te toma entre los brazos y canturrea esa melodía, ese vals que tú bailas con ella, prendido al susurro de su voz, girando al ritmo lentísimo, solemne, que ella te impone, ajeno a los movimientos ligeros de sus manos, que te desabotonan la camisa, te acarician el pecho, buscan tu espalda, se clavan en ella. También tu murmuras esa canción sin letra, esa melodía que surge naturalmente de tu garganta: giran los dos, cada vez mas cerca del lecho; tu sofocas la canción murmurada con tus besos hambrientos sobre la boca de Aura, arrestas la danza con tus besos apresurados sobre los hombros, los pechos de Aura. Tienes la bata vacía entre las manos. Aura, de cuclillas sobre la cama, coloca ese objeto contra los muslos cerrados, lo acaricia, te llama con la mano. Acaricia ese trozo de harina delgada, lo quiebra sobre sus muslos, indiferentes a las migajas que ruedan por sus caderas: te ofrece la mitad de la oblea que tú tomas, llevas a la boca al mismo tiempo que ella, deglutes con dificultad: caes sobre el cuerpo desnudo de Aura, sobre sus brazos abiertos, extendidos de un extremo al otro de la cama, igual que el Cristo negro que cuelga del muro con su faldón de seda escarlata, sus rodillas abiertas, su costado herido, su corona de brezos montada sobre la peluca negra, enmarañada, entreverada con lentejuela de plata. Aura se abrirá como un altar.
Murmuras el nombre de Aura al oído de Aura. Sientes los brazos llenos de la mujer contra tu espalda. Escuchas su voz tibia en tu oreja:
—¿Me querrás siempre?
—Siempre, Aura, te amare para siempre.
—¿ Siempre? ¿Me lo juras?
—Te lo juro.

Ciertamente no es la escena literaria más erótica que haya leído, tampoco es la que más ofenda a una creencia religiosa, porque es claro que no ofende a nadie que no quiera paranoicamente sentirse ofendido. Además de que tiene un sentido y un significado en el texto y para eso hay que leerlo completo y tratar de comprenderlo, antes de satanizarlo.
         Este mes, Aura, como ya dijimos, está cumpliendo 50 años. A 5 décadas los lectores hemos cambiado y un buen libro, dicen algunos, se actualiza y mantiene su vigencia en cada lectura. A cada lector ofrece un descubrimiento, esto es, el libro sigue teniendo algo qué decir. Yo los invito a que se acerquen a Aura, y al resto de la obra de Fuentes, sobre todo para que puedan hacerse de una opinión propia.
       Ya sabemos, el pasado martes 15 de mayo murió Carlos Fuentes. Esto trajo consigo nuevamente la atención a sus libros, aunque creo que ni la muerte superará el récord de ventas del 2001. Escritores, artistas de varias generaciones y periodistas han expresado sus opiniones en distintos medios, y como toda figura pública expuesta a la crítica, ha dado de qué hablar tanto positiva como negativamente, aunque ya no en el sentido que le otorgó Carlos Abascal (quien por cierto murió cerca de tres años antes que nuestro autor), sino haciendo un recuento de un trabajo literario que duró muchos años.
        Fuentes acumuló en su haber, además de novelas y cuentos, ensayos, teatro, guiones de cine, y un libreto para ópera; condujo programas de televisión sobre historia de México, y vivió en un tiempo en el que el escritor se identificaba como intelectual que puede hablar de cualquier tema. Hizo de la escritura un oficio; él escribía día a día y no hubo año que no tuviera proyectos literarios en que todo su esfuerzo estuviera enfocado. De los premios y reconocimientos que recibió mejor ni mencionar pues es una lista tan extensa que me haría extenderme innecesariamente en esta plática. Se le reprocha que no mantuvo el mismo nivel, digamos, en todas sus publicaciones. Me pregunto quién, a lo largo de casi 60 años de escritura podría mantenerse en el gusto de la crítica, ni siquiera los beatles. Nadie hasta ahora lo ha logrado. Hay autores de dos o tres libros que logran el reconocimiento, y como hace un buen boxeador, se retiran invictos, como Juan Rulfo, al que opuestamente se le reprochó que no volvió a escribir. Creo que son posturas. Fuentes tuvo la convicción de que su vida era la pluma y el papel (nunca accedió a usar una computadora) y murió escribiendo.

Cierro esta charla con palabras de escritores que opinan sobre vida y obra de Carlos Fuentes.

Fernando del Paso, narrador: Es una gran pérdida. Para mí, con La región más transparente, es una opinión generalizada, inauguró la novela moderna, la del siglo XX, en el sentido de la innovación de técnicas y lenguajes. La inauguró en México y Latinoamérica. Reitero: es una gran pérdida, porque no solamente fue un gran escritor sino un gran intelectual de ideas políticas muy definidas.

José Agustín, escritor: Carlos Fuentes es un escritor mayor de la literatura universal, ciertamente importantísimo en México. La aparición, a finales de los años 50 del siglo pasado, de La región más transparente y La muerte de Artemio Cruz, fueron acontecimientos imborrables. Siempre me gustó mucho; pero la verdad, conforme pasó el tiempo se fue haciendo menos interesante para mí, sobre todo a partir de la década de los 70.

Hugo Gutiérrez Vega, poeta: Es una gran pena que Carlos haya muerto en medio de toda su actividad creadora; tenía mucho que entregarnos todavía, mucho que darnos. Debemos recordar La región más transparente como la primera novela sobre la ciudad de México en pleno crecimiento y sus contrastes; La muerte de Artemio Cruz, una de las grandes novelas sobre la Revolución y sus consecuencias, una novela posrevolucionaria crítica y valiente; Aura, que es una obra de arte y una novela corta genial en muchos aspectos; los cuentos y toda la novelística de Fuentes; además, sus ensayos, su observación de la vida nacional.
En algunos aspectos no coincidíamos, pero era un observador atento y reflexivo de la vida sociopolítica de México. Pero lo fundamental es que era un gran escritor y que muere en pleno trabajo, en plena actividad creadora; eso nos debe producir una gran pena, y tomar en cuenta sus lecciones tanto literarias como críticas.

Cristina Pacheco, periodista y escritora: Uno nunca se consuela de la muerte, pero si algo me hace aceptar la de Carlos Fuentes es saber que murió lúcido, trabajando, apegado a la literatura, lleno de avidez y curiosidad por este país. Es una de las inteligencias más vivaces que conozco y uno de los conversadores más extraordinarios, pero por encima de todas las cosas sabía ser un magnífico amigo.


Alberto Chimal
Ayer murió Carlos Fuentes en la ciudad de México. Con esa muerte, desde luego, se acaba una era: la del escritor poderoso más allá de la literatura y relevante al mismo tiempo como intelectual, figura pública y, sobre todo, icono. Desde la narrativa, y en especial desde la novela, Fuentes pasó a convertirse en un opinador con auténtico peso en las opiniones del poder político. También fue una referencia ineludible de las élites mexicanas. También lo fue (lo será todavía, por muchos años) de los programas educativos.
Sólo Octavio Paz –desde la poesía– pudo rivalizar con él. Ahora Fuentes muere casi a la misma edad que tenía Paz al morir en 1998. Muchos escritores han intentado modelar sus carreras literarias a partir de las de ellos dos, pero ahora parece claro que nadie podrá volver a hacer, nunca, lo que ellos hicieron. Ya no estamos en el siglo XX: las élites ya no miran a la cultura como el símbolo de estatus que fue, al poder político le importan más los medios masivos que los intelectuales y el mercado literario global ya no tiene el interés que tuvo por América Latina en los años sesenta.


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“Mi sistema de juventud es trabajar mucho, tener siempre un proyecto”
Arturo Jiménez
Periódico La Jornada
Miércoles 16 de mayo de 2012, p. 5
Un día antes de morir, el narrador Carlos Fuentes había comenzado a escribir el que habría sido su nuevo libro, El baile del centenario. Y en unas semanas deberá publicarse Federico en su balcón, que recientemente había entregado a la editorial.
Incansable lo observó a principios de mayo el reportero Francisco Peregil, del diario español El País, al entrevistarlo en Buenos Aires, en la que fue su última charla periodística. Incluso declaró:
Cuando se llega a cierta edad, o se es joven o se lo lleva a uno la chingada. Y hasta compartió secretos: Mi sistema de juventud es trabajar mucho, tener siempre un proyecto pendiente.

–¿No cree que a veces al cumplir años uno no se hace más sabio sino más torpe a medida que se afianza en sus viejas convicciones?
–Depende de quién. Yo soy muy amigo de Jean Daniel, el director del Nouvel Observateur. Es un hombre que acaba de cumplir 91 años y es más lúcido que usted y yo juntos. Nadine Gordimer tiene noventa y tantos. Luise Rainer, la actriz, a quien veo mucho en Londres, tiene 102 años. Y va conmigo a cenas, se pone un gorrito y va feliz de la vida. No hay reglas. El hecho es que cuando se llega a cierta edad, o se es joven o se lo lleva a uno la chingada.


miércoles, 16 de abril de 2014

Sobre edición de libros




Los temas de esta mesa de edición son las nuevas plataformas editoriales, géneros y el futuro del libro y la lectura. Temas bastante amplios que nos ponen en aprietos a los que compartimos esta mesa, pues da para muchas hora de charla y discusión.  
Yo estuve pensando por días qué asuntos podría compartir aquí para el público que de algún modo está relacionado con la edición, o bien, con los libros en general, esto es, con un público no especializado, pero que es lector y consumidor.
En primer lugar, pensaba que en Torreón la formación editorial es precaria, y es, más bien, un oficio que se va haciendo solamente con la experiencia sobre el papel y sobre las palabras. No hay escuelas de letras, mucho menos de edición, y los talleres o cursos literarios rara vez muestran cómo corregir ortografía, gramática, redacción, sintaxis en todos sus niveles. Más difícil aún encontrar quién maneja bien los programas para diagramar o maquetar libros. La más de las veces son diseñadores que pueden hacer su parte de diseño pero que tienen pocas nociones de edición. También ellos se van formando solos, entre errores, erratas y muchas horas de tutoriales. Tenemos, por tanto, pocos editores, y pocos diseñadores editoriales profesionales en nuestra región. Con respecto al trabajo de las imprentas, y desde mi experiencia, podemos decir que hay un par de ellas que han ido aprendiendo a hacer libros, y a cuidar los detalles que requiere cualquier publicación, pues su mayor trabajo está en la impresión de folletos, revistas, periódicos, y todo tipo de productos publicitarios. Este panorama podría parecer desalentador, pero en realidad lo que me ha tocado observar los últimos años es un interés creciente, sobre todo en los jóvenes, por saber más de este oficio: comunicadores, estudiantes de idiomas, diseñadores, escritores, que, no sólo se muestran atraídos por la corrección y la edición de textos, sino por crear sus propios proyectos editoriales, sean independientes, cartoneros y/o artesanales. Es un área que va creciendo, y para muestra tenemos también esta mesa de reflexión sobre el tema.  
           
*En segundo lugar, pensé que para hablar de las nuevas plataformas editoriales, habría que contar un poco a nuestro público sobre las “viejas” plataformas, si es que así puede llamárseles. O más, bien, hablar de cómo era el proceso de edición y cuáles han sido los cambios, sobre todo tecnológicos, en esta transición.
            Para ello no me remontaré muy atrás, cuando los libros se escribían a mano, ni tampoco al periodo en el que se acomodaba letra por letra en cajas que formaban cada página, sino a un pasado reciente, a la transición que ha ocurrido en las últimas décadas.
Cuando un autor tenía listo su “original”, es decir, el contenido del libro mecanografiado o ya capturado en computadora e impreso por una sola cara, a doble espacio, y se lo entregaba al editor, todavía faltaba un largo proceso de revisión, maquetación, y diseño para que pudiéramos decir que el libro estaba preparado para irse a imprenta. El editor entregaba ese original al primer corrector para que sobre este impreso se hicieran marcas, una serie de signos que conformaban un lenguaje que el siguiente corrector descifraría y realizaría tales cambios.
Las correcciones podían ser varias y en diferentes niveles, dependiendo del proyecto, y del tamaño de la editorial. En ocasiones habría quien corregiría ortografía, puntuación, acentuación y unificaría los criterios tipográficos (comillas, cursivas, negritas, etc.), y después otro corrector dedicado al “estilo”, mejoraría el discurso, la sintaxis, la adecuación del tono dependiendo del público al que va dirigido, las repeticiones léxicas, etc. Un tercer corrector, llamado “de pruebas” revisaría que todos los cambios anteriores estuvieran bien hechos y haría revisión de la composición, es decir, del índice, notas al pie de página, numeración, sangrías, viudas, etc., etc., además de revisar que el diseñador ubicara correctamente las imágenes, gráficas, tablas o cualquier aspecto relacionado con la formación de la maqueta.
Estos pasos de corrección podían variar, según la forma de trabajo de cada editorial, así como el número de lecturas y revisiones especializadas, pues siempre un texto necesita muchos pares de ojos para decir que está listo para su publicación.
Esta forma de corregir y editar, aunque he hablado de ella en tiempo pasado, aún sigue realizándose en muchos casos. Amigos que laboran en la ciudad de México o en otras ciudades del país, en Latinoamérica y en otros países de habla hispana siguen recibiendo los textos impresos para su revisión. Yo misma, en ocasiones, sigo recibiendo engargolados de clientes que no quieren “soltar” su archivo antes de ver qué tipo de cambios se hará a su texto.
No obstante, una de los principales cambios ha sido que los originales se reciben en formato de procesador de textos (llámese Word, pages, iwork, etc.) y son enviados a través del correo electrónico o transmitidos de una computadora a otra por medio de un usb o un cd. Esto ha ahorrado cientos de kilómetros, de papel y de tiempo, y este aspecto es uno de los más simples; en este momento a muchos de nosotros se nos hace impensable e innecesario tener que mecanografiar montones de páginas o imprimir juegos de copias para diferentes correctores.
Enviado el archivo, los procesadores de textos tienen una herramienta que se conoce como control de cambios, en los que además de que el autor o los demás correctores pueden saber exactamente qué modificaciones se han hecho al texto y aceptarlas o rechazarlas da la opción de escribir notas que aparecen al margen derecho del texto (como se hacía sobre el papel), para hacer aclaraciones, preguntas, y retroalimentación entre correctores, editor y autor. Este control de cambios también ha acortado distancias y tiempos, aunque sabemos que las erratas nos acompañarán por siempre.
Saber trabajar en estos procesadores de textos con todas las herramientas que ofrecen es un ventaja que podemos aprovechar incluso al pasar el texto al programa de diagramación y diseño. Hay formas en que este texto puede trasladarse totalmente editado, de manera que respete todo el formato. Antes esto no era posible y había que volver a revisar si las cursivas o las notas al pie de página se habían mantenido intactas.
También es posible, gracias a la tecnología y al internet, trabajar todo el proceso de edición sin tener una oficina y sin estar en la misma ciudad. Hay quien dirá que siempre es mejor tener a la gente cerca, pero si los colaboradores funcionan y respetan los tiempos de entrega se puede trabajar donde sea que haya una conexión wifi, porque no es un trabajo de producción que requiera estrictamente a las personas en vivo.
Y al entregar los archivos de preprensa a la imprenta, ahora también existen páginas que transportan vía internet archivos pesadísimos, lo que ahorra, nuevamente, tiempo y distancias. La era digital, por lo tanto, ha beneficiado en grande al largo proceso de edición. Eso sin tomar en cuenta el otro tema, el de las publicaciones electrónicas, que ya no requiere altos costos de imprenta, ni el conflicto del número de ejemplares que son siempre un riesgo si no se venden en un periodo de vida en el aparador de las librerías, aunque ese, como ya dije, es otro extenso tema con aristas positivas y negativas.
Una desventaja de agilizar los procesos sea tal vez, que ahora exigen la edición de las publicaciones en menor tiempo, y trabajar a contra reloj sigue siendo el peor enemigo de la edición, pues se trabaja horas extras, se dejan de ver los errores, y todos los editores sabemos que las erratas se hacer notar hasta que están impresas. Para muestra tenemos la cartelera de este festival, que cuentan que redactaron y diseñaron en un tiempo record de tres días y tres noches, y pues ya habrán notado que hasta el apellido de Ramón Córdoba, Córdoba con “b”, que nos acompaña en esta mesa, fue cambiado seguramente por esos duendes traicioneros que viven en las imprentas y que se alimentan del estrés del editor.

*En un tercer punto que pensaba, para comentar aquí, es la obligada pregunta de si los libros electrónicos harán que desaparezcan los libros impresos. Cuando me han hecho esta pregunta suelo pensar en que cuando surgió la televisión decían que desaparecería la radio, y si bien esta última tuvo que reformularse, lo cierto es que a la fecha sigue viva con millones de oyentes diarios. No sé si sea porque me resisto a creer que los libros impresos realmente podrían dejar de existir, pero hasta ahora no creo que eso suceda, o al menos no en mucho tiempo. Y esto por lo menos por dos razones: uno, que es muy difícil que la mayoría de los lectores tengamos (y prefiramos) un lector digital, llámese celular, tableta, computadora, etc. A la fecha éstos siguen siendo artículos que tal vez ya no son de lujo, pero que no entran en el presupuesto de millones de mexicanos e hispanohablantes (tomando en cuenta sólo las publicaciones en español), mientras que los libros seguirán circulando en préstamo de persona a persona, en bibliotecas, en librerías de viejo, y en otras opciones baratas al alcance de la mayoría de la población, y por otro lado, y en este quiero hacer hincapié, que mientras surgen más publicaciones electrónicas y programas sencillos para editar ebooks, también surgen (y cada vez son más) personas interesadas en hacer sus propios libros, proyectos independientes, en donde lo más importante es el “bricolaje”, lo hecho por sí mismo, la no dependencia a la larga cadena editorial, en donde el autor es el que menos gana.
Obviamente que también habrá, por lo accesible que se convierte el asunto de “editar” y “publicar”, mucha literatura basura o mal hecha, claro, y por supuesto que tendrás mucho mayor impacto si logras publicar en una editorial grande. Pero si volvemos a la comparación, hace décadas que los músicos renegaron de las disqueras y las distribuidoras por la misma razón, porque de las ventas obtenían lo mínimo, y porque requerían de mucho tiempo y esfuerzo para que una institución musical les diera una oportunidad.
Dejando de lado a los malos escritores y a las malas ediciones caseras, lo que llama mi atención es que cada vez son más y más los proyectos independientes que buscan sus propias formas de edición, de trabajo creativo, de materiales de impresión, y sus propios foros y rutas de distribución.
Como dato al margen, dentro de unas semanas participaremos como pequeña editorial en “La otra FIL” en Guadalajara, un evento que se realiza los mismo días de la Feria Internacional del Libro, pero que es espacio para todos los fanzines, revistas y publicaciones diversas que precisamente por su tamaño no participan en la fiesta grande, pero que no por eso se quedan sin fiesta. Y no es el único evento de este tipo a lo largo del año.
Cabe decir que tales proyectos no están para nada enemistados con la tecnología, muchos de ellos tienen su página web, se publicitan y divulgan sus eventos en redes sociales, y trabajan de la misma forma que cualquier editorial, aunque con menos colaboradores y menos presupuesto.
Habrá qué ver qué sucede con estas pequeñas empresas, y cuáles sobreviven al tiempo, pero hasta ahora son también una opción al bolsillo, comparado con los inaccesibles precios de editoriales extranjeras. Y en muchos casos, son publicaciones de gran calidad editorial y de contenido con propuesta.
Creo pues, que son expresiones que hay que tomar en cuenta a la hora de revisar el panorama en propuestas editoriales, opciones de fomento a la lectura, y cuando se habla del futuro del libro y la lectura.

Mesa redonda sobre edición
martes 12 de noviembre 2013, Ibero Laguna
En el marco del Festival de la Palabra “Enriqueta Ochoa” 2013