jueves, 17 de abril de 2014

Aura, de Carlos Fuentes



Un miércoles 23 de mayo iba a dar una charla sobre Carlos Fuentes, y unos días antes se murió. Yo no quería, sobre todo porque más gente iría a la plática, pensando que era en homenaje por su muerte. Este es el texto que escribí en esa ocasión, cuando trabajaba en DMC Torreón, en 2012.


Con esta plática iniciamos el Ciclo de conferencias Primeras Ediciones. A 50 años de su publicación. A finales de abril acordamos desde la coordinación editorial de Dirección Municipal de Cultura celebrar algunas obras importantes de la literatura latinoamericana que hace 5 décadas se publicaron por primera vez.
            Así, la primera selección para el mes de mayo fueron las obras Aura, del mexicano Carlos Fuentes, que yo tendré a bien comentar el día de hoy; Historias de cronopios y de famas, del argentino Julio Cortázar, que será comentada por el maestro Jaime Muñoz este viernes 25; y Beber un cáliz, del mexicano Ricardo Garibay, que estará a cargo de Daniel Lomas la semana entrante, para ser exactos, el miércoles 30.
Queremos comentar tales títulos, a los que ya son asiduos lectores y seguramente han leído o escuchado hablar de estos libros, pero sobre todo a un público no especializado, como una introducción a estas obras a manera de invitación a su lectura.
            Lo que yo brevemente intentaré compartirles aquí es mi lectura de la novela  Aura, su relevancia en las letras mexicanas, y su recepción en varias generaciones entre críticos literarios, escritores y lectores (espero que no sea una presunción de mi parte querer abarcar todo eso en media hora). Daremos al finalizar un espacio para que quienes nos acompañan, ustedes, complementen esta plática con sus comentarios o compartan la experiencia de su lectura.
Mientras preparaba esta charla supe del fallecimiento de su autor. Exactamente el martes 15 de mayo nos encontrábamos afinando los detalles de la invitación de este evento, y lo primero que vino a mi mente fue que resultaría pertinente, más oportuno, que no oportunista, pues sabemos que no hay mejor promoción a la obra de un escritor que su muerte.
            Estos últimos días me han llegado comentarios de amigos y personas cercanas que corrieron a comprar el libro Aura, y lo encontraron agotado en las librerías, pese a que en los comercios de libros durante todo el año se hallan varios ejemplares porque suele ser una lectura obligada de la materia de literatura a nivel secundaria, bachillerato y a veces hasta a nivel universitario.
            Es un libro que se ha adaptado para cortometraje (año, director), se ha reelaborado para pieza teatral y que ha lo largo de los años ha dado mucho de que hablar, quizá, desde mi percepción, más que el resto de los títulos de autoría de Fuentes.
Pero ¿de qué trata Aura?, ¿por qué se convirtió en una lectura obligada?, ¿y por qué ha sido tema a tratar, más que otros libros de mayor elaboración, propuesta y complejidad literaria de Fuentes?

Carlos Fuentes es uno de los autores representativos del Boom latinoamericano, un movimiento literario que se desarrolló entre 1960 y 1970 aproximadamente (algunos dicen que desde los 50s). En diversas referencias podemos ubicar al Boom como un fenómeno editorial, pues la literatura de jóvenes escritores latinoamericanos fueron traducidos, publicados y distribuidos en Europa y en otras partes del mundo. Esto hizo que lectores de otros países advirtieran el trabajo literario de Latinoamérica y voltearan su vista a lo que se estaba haciendo de este lado del mundo.
Otros autores relacionados al Boom son Gabriel García Márquez, de Colombia; Julio Cortázar, de Argentina; Mario Vargas Llosa, de Perú, José Donoso, de Chile, entre otros.
            Tales escritores, influidos por los movimientos de Vanguardia que se había desarrollado primero en Europa y en América Latina en las décadas anteriores, desafiaron las convenciones establecidas de la literatura latinoamericana, desde una escritura experimental. Por otra parte, dadas las condiciones de los 60s de intensa agitación política, se identificaban como un grupo de intelectuales con claras posturas políticas, inclinadas hacia la izquierda e influenciadas por la Revolución Cubana, triunfo que prometía una nueva era.
            Algunos de los rasgos del Boom latinoamericano es que en la narración el tiempo no es lineal, se utilizan varias perspectivas o varias voces narrativas. Emplean el uso de neologismos, esto es, la creación de nuevas palabras o frases y juegos de palabras (para darse un clavado en un mar de neologismos pueden leer Rayuela, de Julio Cortázar). También destaca un internacionalismo, énfasis en lo histórico, lo político y la búsqueda de la identidad nacional (laberinto de la soledad, el perfil del mexicano, etc.).
            Hay muchas otras características que han mencionado mejor que yo quienes estudian a fondo este movimiento literario, y también cabe decir que las clasificaciones no son sino eso, formas de ordenar y catalogar a una generación de autores que convergen, que tienen puntos en común. Lo que quiero decir, más bien, es que, en esencia, los autores del Boom, los unió un empeño por arriesgarse en la manera de narrar su realidad, la realidad que les tocó vivir, y que no es muy diferente de lo que busca cada generación de artistas, cambiar el canon, resistirse a las formas propuestas por sus antecesores, buscar un peculiar estilo que los distinga en una época.

Carlos Fuentes publicó su primer libro a los 26 años.
Los días enmascarados (México, Novaro, 1954) es un libro de cuentos en el que ya aparecen algunos de los temas que perdurarán en toda la obra de Fuentes: la presencia del pasado indígena (en el relato de Chac-Mool) y la pervivencia de algunos fantasmas mexicanos (en “Tlacocatzine, del jardín de Flandes”).

En 1958 apareció La región más transparente (México, FCE, Col. Letras Mexicanas, 1958.) Fue su primera novela, la que le abrió todas las puertas posibles.
En palabra de Fuentes: “En ella se presenta un inventario de la sociedad mexicana, es también una visión vanguardista de la Comedia Humana (entendiendo como vanguardia un propuesta no desarrollada hasta entonces), en la que a través de un mapa de linajes se representan mundos y submundos entrelazados”. La ciudad de México aparece con toda su complejidad. Es polifónica, abigarrada, busca uno de los temas indispensables del siglo XX en México: la identidad del mexicano. Y se arriesga en las técnicas empleadas, por lo que se ha dicho que es una de las obras que cambiaron el rumbo de la narrativa mexicana. Se le ha ubicado también como la primera obra del Boom, aunque esta es una afirmación en la que no se ponen de acuerdo los investigadores.

A La región más transparente le siguió Las buenas conciencias (México, FCE, Col. Popular, 1959). Es una novela de iniciación. Novela en que se expone con agudeza la moral del México de la primera mitad del siglo XX.

Entonces llegó la pequeña novela Aura, cuando Carlos Fuentes tenía 33 años, en mayo de 1962. Publicada por editorial Era, Aura representó la continuación de unos rasgos y un estilo que ya iba dejando claros su autor en las publicaciones anteriores, aunque con una diferencia clave: la extensión breve. 62 páginas en un edición de media carta; Aura es una novela corta, muy corta, que se puede leer de una sola sentada.

Pero, de qué trata Aura
La historia se ubica en el año de 1961, en el centro de la ciudad de México. Felipe Montero, su protagonista, es un joven historiador que trabaja como profesor con un sueldo de profesor: muy bajo (casi nada ha cambiado para tal oficio desde los 60s).
Mientras toma un café y lee el diario se encuentra un anuncio en el que solicitan a un profesional con un perfil idéntico al suyo. A Montero le parece que sólo falta que aparezca su nombre en el anuncio: “historiador joven, ordenado, escrupuloso, conocimiento del francés, preferible si ha vivido en Francia algún tiempo…”
         Pareciera una mala broma, pero el sueldo que se promete no es nada desdeñable: debe hacer el intento de conseguirlo. Sin pensarlo se dirige hasta la dirección que presenta el anuncio: la calle Donceles 815 del centro de la ciudad de México (mejor conocida ahora como la calle de las tiendas de libros de viejo).  
Desde las primeras páginas en que se describe la casa se van mezclando elementos arquitectónicos desde el pasado colonial hasta la modernidad de la segunda mitad del siglo XX.
       En esa casa del anuncio, Montero conocerá a los otros dos personajes fantasmagóricos que lo acompañarán el resto del relato: la señora Consuelo y Aura. Desde que entra a esa casa también tendrá la sensación de asfixia, humedad y oscuridad de la que será presa hasta el desenlace.
            La viejita Consuelo desea que se ordenen las memorias de su marido muerto hace más de sesenta años, el general Llorente, y que queden listos para su publicación. Está consciente de que a ella tampoco le queda mucho tiempo de vida, así que la quema una urgencia por que se comience el trabajo de inmediato. Para ello Montero debe mudarse a esa casa, donde se le ofrecerá comida, todos los servicios, alojamiento y el sueldo prometido, que es casi cuatro veces más de lo que gana como profesor.
            En esa escena aparece por primera vez, envuelta en un halo de misterio, Aura, la “sobrina” de Consuelo, por quien enseguida sentirá Montero una fascinación, y aceptará el trabajo sin cuestionarse más.

La escena en que Montero ve por primera vez a Aura:
“Al fin, podrás ver esos ojos de mar que fluyen, se hacen espuma, vuelven a la calma verde, vuelven a inflamarse como una ola: tú los ves y te repites que no es cierto, que son unos hermosos ojos verdes idénticos a todos los hermosos ojos verdes que has conocido o podrás conocer. Sin embargo, no te engañas: esos ojos fluyen, se transforman, como si te ofrecieran un paisaje que sólo tu puedes adivinar y desear”.

A partir del momento en que ve a Aura, Montero se siente muy atraído hacia ella, pero también le surgirán demasiadas preguntas porque este ambiente misterioso, oscuro y sofocante de la casa no sólo está en sus paredes y sus rincones sino que permea a sus personajes femeninos, o bien, en mi lectura, ellas son quienes lo generan.
Consuelo Llorente y su supuesta sobrina Aura son personajes enigmáticos que actúan de manera extraña y la oscuridad que envuelve las habitaciones ayudan a enfatizar el misterio. Montero camina a tropezones, en varias escenas con un candelabro en la mano y en otras prácticamente se aprende el número de escalones o el número de pasos para llegar a otra estancia de la casa, como si fuera un ciego. Solamente el cuarto de la azotea, el que le han dispuesto para que trabaje, es en el que, a contraste, entra demasiada luz.
Otro elemento que ayuda a fortalecer el misterio es la manera de hablar de los personajes femeninos. Ambas hablan poco, entrecortadamente, con frases incompletas, y Montero tampoco insiste en aclarar lo que escucha, por lo que hay mensajes que se quedan a medias.
Felipe Montero intentará dilucidar qué sucede entre las dos mujeres, cuál es realmente su relación, según él, para ayudar a Aura a escapar de la vida de encierro que le ofrece su vieja tía enferma. No obstante, lo que Felipe Montero encuentra (junto al lector) será lejano a la idea de que Consuelo manipula a su sobrina en contra de su voluntad.
            No debería contarles más porque se supone que esta charla es para invitarlos a la lectura, así que contendré mi sospechas y mi teoría acerca de lo que acontece en la novela, es decir, de lo que sucede entrelíneas, pues aunque en el desenlace todo lector advierte una verdad que no se esperaba y que no se deseaba para el protagonista, también hay parte de la narración que queda abierta la interpretación.
            La ventaja es que es una de esas historias que en estos tiempos uno se puede dar el lujo de releer (por la brevedad), y en cada vista ir encontrando pistas y guiños, para hacer una lectura cada vez más nutrida, con mayor significado.
            Alguien me comentó hace días que en una página de Internet Aura se encuentra catalogada como una novela de vampiros. Claro que la página es sobre vampiros, y los amantes de vampiros se los imaginan por todos lados. Dicen inmortalidad y ven vampiros. Dicen eterna juventud y ven vampiros. Dicen ajos, estacas o balas de plata y ven vampiros. En cuanto a Aura, creo que no hay una huella clara de que el autor estuviera interesado en que se leyera así. Lo cierto es que uno de los descubrimiento que hacemos como lectores al final de la novela es la obsesión de la viejita Consuelo por la juventud, pero es una lectura que resulta válida, creo, si tiene sus seguidores.
            Lo que creo también es que en dicha novela los niveles de realidad y de fantasía, por no decir de irrealidad, se mezclan de una manera muy sutil, de modo que como lector no sabes bien qué tanto se imagina, qué tanto sueña y qué tanto realmente le sucede a Felipe Montero, y esa es una de la cualidades de esta novela.
            Y ya que hablo de cualidades, y según lo que expresaba del Boom latinoamericano en cuanto a propuesta arriesgada, Aura tiene la singularidad de estar narrada en segunda persona, en algunos fragmentos en tiempo futuro; forma y tiempo no convencional en la época de su aparición, y que tiene la ventaja de que si es tratada con cuidado, da la impresión al lector de que el narrador se dirige directamente a él, que es su interlocutor, y desde esa segunda persona, como lectores, nos sentimos Felipe Montero, nos sentimos protagonistas.
          La novela Aura se convirtió en un referente de las letras mexicanas del siglo XX, hasta cierto punto porque es legible para cualquier lector. Creo que es por ello que se habla más de ésta que de cualquier otra novela de Carlos Fuentes. Eso dice mucho acerca de los mexicanos como lectores, porque no pervive una novela de buena calidad con otro nivel de complejidad, que requiere de un lector más competente. Además, ya lo he dicho, es una novela corta, una novela que se puede encargar de tarea, leerse en un tarde, y listo. En este sentido, es un texto amable con cualquiera que se acerque a conocer la obra de Fuentes.
            Pero hay un asunto que no puedo dejar pasar desapercibido si hablamos de Aura, y si hablamos del grado de lectura en México. Pasadas varias décadas de su publicación, y Aura ya instituida como una opción de lectura para jóvenes, reitero, por su brevedad, porque tiene cierto grado de complejidad pero no se compara a otras novelas de Fuentes, por la necesidad de incluir en los programas educativos de literatura a autores representantes del Boom, pero claro, un texto que les pueda gustar a los muchachos que no tienen el hábito de lectura, etc., etc., pasadas varias décadas de su publicación sucedió algo preciso de contar (y sobre todo, de analizar).
            En el 2001, Carlos Abascal, secretario del trabajo en el sexenio de Fox, se indignó al darse cuenta que su hija adolescente estaba leyendo, nada más y nada menos que Aura. No sabemos si Abascal leía todo lo que dejaban de tarea a su hija, si acaso ya había leído Aura y la recordaba con claridad o si sólo se le ocurrió hojearla y encontró una escena que le pareció reprobable para que una chica de tercero de secundaria de un colegio de monjas estuviera leyendo. El problema llegó a mayores porque envió una carta a la escuela, se investigó el caso, es decir, entrevistaron a la maestra que imponía lecturas impúdicas en una escuela donde los más altos valores son la decencia, y dado el peso de la autoridad que se quejaba (el secretario del trabajo, como ya dijimos), se despidió a la maestra del colegio.
        Si tal situación hubiera quedado ahí no habría pasado a mayores, pues, por experiencia trabajando el librerías, en los colegios y escuelas hay quejas todo el tiempo de las lecturas que se seleccionan, y esto es desde nivel primaria. A mí infinidad de veces me llegaron quejas de que una lectura que yo les había recomendado, en especial del FCE para niños o adolescentes tuvieran como tema casa encantadas, fantasmas que reclaman venganza, o alusiones al diablo. Maestros y padres me pedían que les recomendara libros que fomentaran valores, de preferencia que los mensajes fueran muy explícitos, casi como fábulas con moralejas al final.
            Pero la literatura, la literatura de calidad, no debe preocuparse por dejar explícito un valor ético, mucho menos religioso, para eso hay libros de catecismo, de superación personal, panfletos, y similares. La literatura de ficción se preocupa por ser una propuesta estética, con una forma y una estructura atractiva para el lector. Entre sus propuestas básicas está que el lector tenga un reto frente a sus ojos, que complete significados, que le propicie el desarrollo del pensamiento, de la reflexión, de la autocrítica.
            Y volviendo a la censura de Carlos Abascal sobre Aura, el tema llegó a oído de los medios de comunicación y esto disparó un escándalo en el que dos bandos de opinión se enfrascaron en un debate inútil. Por un lado los defensores de Abascal que exhortaban a que se tomaran riendas en el asunto y que fueran revisadas cada una de las obras elegidas en los programas de la SEP, alegando que si las cosas están como están es porque estamos perdiendo los valores en esta sociedad. Y por otro, la de los escritores y lectores que planteaban el problema como absurdo, si se toma en cuenta todo lo que un chico desde primaria puede ver en televisión, en el cine o la información a la que tiene acceso en Internet. ¿No será más bien un retroceso de valores el que quieran prohibir el hábito de lectura?
            No todo terminó ahí, pues para sorpresa de Abascal, de Fuentes, y de sus editores, el morbo, que es más grande que cualquier planteamiento religioso o intelectual, hizo que la miles de personas atiborraran las librerías (algunos por primera vez en su vida) buscando Aura, la novela de fuertes escenas eróticas de las que todos querían hablar. En ese tiempo trabajaba yo en una librería Gandhi, en Xalapa, Veracruz, y era impresionante ver el desfile de gente que buscaba la novela para comprobar que por ahí de la página 48 o 49 de la edición de Era había una descripción de un hombre y una mujer haciendo el amor, pero además, que la escena amorosa se mezclaba con objetos y alusiones religiosas donde, claro estaba, significaba una herejía imposible de perdonar. ¿Por qué en 41 años los defensores de la moral no se habían enterado de que existía una obra, considerada como indispensable en las letras mexicanas, que cometía una terrible falta hacia la iglesia? La respuesta es clara, no la habían leído, no la conocían. Tal vez la moral, la doble moral, sobre todo, no se lleva con la literatura, ni con la tolerancia, ni con la diversidad de pensamiento, etc., etc.
            Carlos Fuentes, y sus editores, agradecieron la existencia de Carlos Abascal, pues las ventas llegaron a 20 mil ejemplares por semana. En una entrevista, el autor mencionaba, ya a manera de broma, que estuvo a punto de llamar al secretario del trabajo para ofrecerle ser su representante de ventas, y decía también, que todo autor debería tener su Carlos Abascal, pues contrario a lo que buscaba este personaje de la política mexicana (nadie sabe para quién trabaja), el libro Aura cobró fuerza, y refrescó el interés en los lectores por su obra. Obviamente es lamentable que sea un escándalo de este tipo el que llame a la gente a leer, y más a leer sólo una o dos páginas para alimentar al morbo y tener una conversación actualizada, pero esto es nuestro país, nuestro país lector.
            Para los que no sabían de este episodio histórico, y están pensando en salir de aquí y buscar la página 48 o 49 del libro en cuestión, les diré que no tendrán por qué gastar, ni será necesario ir a sacarse fotografías para obtener una credencial en la biblioteca pública, yo misma les leeré el fragmento satanizado, para que ustedes mismos lo analicen y se hagan una opinión.

“Tú sientes el agua tibia que baña tus plantas, las alivia, mientras ella te lava con una tela gruesa, dirige miradas furtivas al Cristo de madera negra, se aparta por fin de tus pies, te toma de la mano, se prende unos capullos de violeta al pelo suelto, te toma entre los brazos y canturrea esa melodía, ese vals que tú bailas con ella, prendido al susurro de su voz, girando al ritmo lentísimo, solemne, que ella te impone, ajeno a los movimientos ligeros de sus manos, que te desabotonan la camisa, te acarician el pecho, buscan tu espalda, se clavan en ella. También tu murmuras esa canción sin letra, esa melodía que surge naturalmente de tu garganta: giran los dos, cada vez mas cerca del lecho; tu sofocas la canción murmurada con tus besos hambrientos sobre la boca de Aura, arrestas la danza con tus besos apresurados sobre los hombros, los pechos de Aura. Tienes la bata vacía entre las manos. Aura, de cuclillas sobre la cama, coloca ese objeto contra los muslos cerrados, lo acaricia, te llama con la mano. Acaricia ese trozo de harina delgada, lo quiebra sobre sus muslos, indiferentes a las migajas que ruedan por sus caderas: te ofrece la mitad de la oblea que tú tomas, llevas a la boca al mismo tiempo que ella, deglutes con dificultad: caes sobre el cuerpo desnudo de Aura, sobre sus brazos abiertos, extendidos de un extremo al otro de la cama, igual que el Cristo negro que cuelga del muro con su faldón de seda escarlata, sus rodillas abiertas, su costado herido, su corona de brezos montada sobre la peluca negra, enmarañada, entreverada con lentejuela de plata. Aura se abrirá como un altar.
Murmuras el nombre de Aura al oído de Aura. Sientes los brazos llenos de la mujer contra tu espalda. Escuchas su voz tibia en tu oreja:
—¿Me querrás siempre?
—Siempre, Aura, te amare para siempre.
—¿ Siempre? ¿Me lo juras?
—Te lo juro.

Ciertamente no es la escena literaria más erótica que haya leído, tampoco es la que más ofenda a una creencia religiosa, porque es claro que no ofende a nadie que no quiera paranoicamente sentirse ofendido. Además de que tiene un sentido y un significado en el texto y para eso hay que leerlo completo y tratar de comprenderlo, antes de satanizarlo.
         Este mes, Aura, como ya dijimos, está cumpliendo 50 años. A 5 décadas los lectores hemos cambiado y un buen libro, dicen algunos, se actualiza y mantiene su vigencia en cada lectura. A cada lector ofrece un descubrimiento, esto es, el libro sigue teniendo algo qué decir. Yo los invito a que se acerquen a Aura, y al resto de la obra de Fuentes, sobre todo para que puedan hacerse de una opinión propia.
       Ya sabemos, el pasado martes 15 de mayo murió Carlos Fuentes. Esto trajo consigo nuevamente la atención a sus libros, aunque creo que ni la muerte superará el récord de ventas del 2001. Escritores, artistas de varias generaciones y periodistas han expresado sus opiniones en distintos medios, y como toda figura pública expuesta a la crítica, ha dado de qué hablar tanto positiva como negativamente, aunque ya no en el sentido que le otorgó Carlos Abascal (quien por cierto murió cerca de tres años antes que nuestro autor), sino haciendo un recuento de un trabajo literario que duró muchos años.
        Fuentes acumuló en su haber, además de novelas y cuentos, ensayos, teatro, guiones de cine, y un libreto para ópera; condujo programas de televisión sobre historia de México, y vivió en un tiempo en el que el escritor se identificaba como intelectual que puede hablar de cualquier tema. Hizo de la escritura un oficio; él escribía día a día y no hubo año que no tuviera proyectos literarios en que todo su esfuerzo estuviera enfocado. De los premios y reconocimientos que recibió mejor ni mencionar pues es una lista tan extensa que me haría extenderme innecesariamente en esta plática. Se le reprocha que no mantuvo el mismo nivel, digamos, en todas sus publicaciones. Me pregunto quién, a lo largo de casi 60 años de escritura podría mantenerse en el gusto de la crítica, ni siquiera los beatles. Nadie hasta ahora lo ha logrado. Hay autores de dos o tres libros que logran el reconocimiento, y como hace un buen boxeador, se retiran invictos, como Juan Rulfo, al que opuestamente se le reprochó que no volvió a escribir. Creo que son posturas. Fuentes tuvo la convicción de que su vida era la pluma y el papel (nunca accedió a usar una computadora) y murió escribiendo.

Cierro esta charla con palabras de escritores que opinan sobre vida y obra de Carlos Fuentes.

Fernando del Paso, narrador: Es una gran pérdida. Para mí, con La región más transparente, es una opinión generalizada, inauguró la novela moderna, la del siglo XX, en el sentido de la innovación de técnicas y lenguajes. La inauguró en México y Latinoamérica. Reitero: es una gran pérdida, porque no solamente fue un gran escritor sino un gran intelectual de ideas políticas muy definidas.

José Agustín, escritor: Carlos Fuentes es un escritor mayor de la literatura universal, ciertamente importantísimo en México. La aparición, a finales de los años 50 del siglo pasado, de La región más transparente y La muerte de Artemio Cruz, fueron acontecimientos imborrables. Siempre me gustó mucho; pero la verdad, conforme pasó el tiempo se fue haciendo menos interesante para mí, sobre todo a partir de la década de los 70.

Hugo Gutiérrez Vega, poeta: Es una gran pena que Carlos haya muerto en medio de toda su actividad creadora; tenía mucho que entregarnos todavía, mucho que darnos. Debemos recordar La región más transparente como la primera novela sobre la ciudad de México en pleno crecimiento y sus contrastes; La muerte de Artemio Cruz, una de las grandes novelas sobre la Revolución y sus consecuencias, una novela posrevolucionaria crítica y valiente; Aura, que es una obra de arte y una novela corta genial en muchos aspectos; los cuentos y toda la novelística de Fuentes; además, sus ensayos, su observación de la vida nacional.
En algunos aspectos no coincidíamos, pero era un observador atento y reflexivo de la vida sociopolítica de México. Pero lo fundamental es que era un gran escritor y que muere en pleno trabajo, en plena actividad creadora; eso nos debe producir una gran pena, y tomar en cuenta sus lecciones tanto literarias como críticas.

Cristina Pacheco, periodista y escritora: Uno nunca se consuela de la muerte, pero si algo me hace aceptar la de Carlos Fuentes es saber que murió lúcido, trabajando, apegado a la literatura, lleno de avidez y curiosidad por este país. Es una de las inteligencias más vivaces que conozco y uno de los conversadores más extraordinarios, pero por encima de todas las cosas sabía ser un magnífico amigo.


Alberto Chimal
Ayer murió Carlos Fuentes en la ciudad de México. Con esa muerte, desde luego, se acaba una era: la del escritor poderoso más allá de la literatura y relevante al mismo tiempo como intelectual, figura pública y, sobre todo, icono. Desde la narrativa, y en especial desde la novela, Fuentes pasó a convertirse en un opinador con auténtico peso en las opiniones del poder político. También fue una referencia ineludible de las élites mexicanas. También lo fue (lo será todavía, por muchos años) de los programas educativos.
Sólo Octavio Paz –desde la poesía– pudo rivalizar con él. Ahora Fuentes muere casi a la misma edad que tenía Paz al morir en 1998. Muchos escritores han intentado modelar sus carreras literarias a partir de las de ellos dos, pero ahora parece claro que nadie podrá volver a hacer, nunca, lo que ellos hicieron. Ya no estamos en el siglo XX: las élites ya no miran a la cultura como el símbolo de estatus que fue, al poder político le importan más los medios masivos que los intelectuales y el mercado literario global ya no tiene el interés que tuvo por América Latina en los años sesenta.


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“Mi sistema de juventud es trabajar mucho, tener siempre un proyecto”
Arturo Jiménez
Periódico La Jornada
Miércoles 16 de mayo de 2012, p. 5
Un día antes de morir, el narrador Carlos Fuentes había comenzado a escribir el que habría sido su nuevo libro, El baile del centenario. Y en unas semanas deberá publicarse Federico en su balcón, que recientemente había entregado a la editorial.
Incansable lo observó a principios de mayo el reportero Francisco Peregil, del diario español El País, al entrevistarlo en Buenos Aires, en la que fue su última charla periodística. Incluso declaró:
Cuando se llega a cierta edad, o se es joven o se lo lleva a uno la chingada. Y hasta compartió secretos: Mi sistema de juventud es trabajar mucho, tener siempre un proyecto pendiente.

–¿No cree que a veces al cumplir años uno no se hace más sabio sino más torpe a medida que se afianza en sus viejas convicciones?
–Depende de quién. Yo soy muy amigo de Jean Daniel, el director del Nouvel Observateur. Es un hombre que acaba de cumplir 91 años y es más lúcido que usted y yo juntos. Nadine Gordimer tiene noventa y tantos. Luise Rainer, la actriz, a quien veo mucho en Londres, tiene 102 años. Y va conmigo a cenas, se pone un gorrito y va feliz de la vida. No hay reglas. El hecho es que cuando se llega a cierta edad, o se es joven o se lo lleva a uno la chingada.