jueves, 3 de julio de 2014

Miedo cerval - 1000 Books by 1000 poets





Marca la muerte en el cuerpo con una luz negra, como si el corazón, en el frasco, saliese con fuerza por la espalda, desplazando huesos y piel.

Gonçalo de Tavares



Este es el epígrafe que abre el poemario y que va augurando ya un tema, y sobre todo, una perspectiva poética: la voz del desasosiego, diría Ciorán, la voz poética que recuerda, que anhela, pero que ya no cree. Una desesperanza que es la mejor protección ante los miedos futuros y los miedos pasados.

Yo no quiero analizar este poemario. Diré qué fue de mi lectura. Diré solamente que es breve en su extensión, pero afilado.


Ambivalencia es la palabra que me queda al cerrar sus páginas, por tercera vez. La ambivalencia, según la psicología, es el estado de ánimo, transitorio o permanente, en el que coexisten dos emociones o sentimientos opuestos, como el amor y el odio. Los poemas me generaron un dolor profundo, existencial, pero también una satisfacción secreta por el ritmo que producen, por las imágenes que se disfrutan, como un masoquismo del lenguaje, el contenido puede doler, pero la forma es placentera.

 5 apartados dividen a Miedo cerval.



Apartado 1: Síntoma, enfermedades

El cuerpo suele hablar a través del dolor, a veces el dolor es un llanto profundo que puede salir en forma de lágrimas, a veces un grito emocional que es tan grande que debe convertirse en síntoma, en enfermedad, un cuerpo que necesita supurar, contracturarse, convulsionarse, generar la crisis para que la mente reaccione, para que la mente recuerde que está unida a un cuerpo, que no son dos, que no somos un alma atrapada en él, que somos ese binomio inseparable, que no podemos deshacernos del cuerpo.



Cito: “Historia anímica II”

Alguna vez alguien pensó que estábamos desperdiciando la vida inventando padecimientos para la cabeza porque no podíamos aceptar la locura porque no podíamos abrazar la vida sin que los pellejos de piel muerta se nos alojaran en los huecos.



Apartado 2: Pecho, corazón

Según la religión hindú tenemos siete puntos energéticos principales que pueden estar en armonía o en conflicto. Cabeza, entrecejo, garganta, pecho, estómago y órganos sexuales es donde se sitúan simbólicamente éstos. Siguiendo esta creencia, cuando nos duele una de estas partes del cuerpo significa que tenemos bloqueado o desalineado ese punto energético, es decir, que una emoción no resuelto se convierte en dolor. Algo de esta concepción se pasó a occidente, cuando decimos que los males de amor son males del corazón. Al órgano que sirve para bombear sangre a todo el cuerpo le adjudicamos el malestar de una decepción amorosa o amistosa. El lenguaje coloquial corrobora estas ideas, decimos que algo nos oprime el pecho cuando sentimos angustia, ansiedad, preocupación. Decimos también, y yo diría que sentimos, que el miedo pertenece al estómago. Cuando advertimos el peligro el primero que la lleva de perder es el aparato digestivo, sus funciones se alteran, se atrofian, se desajustan.



En el lenguaje del poemario las emociones son cuerpo, los sentimientos también. Y algunos de los versos se crean a partir de imágenes donde sentimiento-cuerpo son imposibles de separar.



Cito: segundo poema


Estoy inconforme con mi

propio corazón

porque no puedo deshacerme

de tanto miedo

que dios me dio al parirme



Apartado 3: Infancia, cicatriz

De manera ineludible todos estamos ligados a nuestra madre. Aún y si una madre abandonara a su hijo al nacer, éste ya ha tenido un vínculo de 9 meses con ella que no podrá negar, por más que lo desee. Un cuerpo materno que alimenta a otro pequeño, que lo aloja, que lo cubre con un tibio líquido. Un vientre que es la primera casa. Un cuerpo materno que nos transmite, además, unos genes de los que tampoco podremos escapar, incluyendo gustos, miedos, fobias y manías.



Cito: poema “Abrir la boca”

Nací un domingo santo. El día en que las puertas del cielo se abrieron, unos labios jóvenes me dieron a luz. Y el dios que resucitó a los tres días no debió permitir mi nacimiento. No debió darme este ombligo para alimentarme ocho meses de la comida de mi madre. Devorar su inocencia. Atragantarme su dolor. Veinticinco años y abro los ojos sin desear abrirlos. Porque es tener la certeza de que si los abro sigo anclada a la cama. Sigo en este abandono. Siendo una malagradecida con la que me amamantó tan sólo unas cuantas veces. Y no es su culpa. Esta culpa la siento yo por haber llorado el primer llanto para que el doctor me entregara a la vida como si estuviera sacrificándome al mundo.



Apartado 4: Tropiezos, soledad

Hablar de tropiezos es hablar de pasado, es emplear la memoria con todos sus recursos para sentir nostalgia por los momentos gratos o para arrepentirse y desdecirse de lo ocurrido, pero también es oportunidad de hablar de frente con el “hubiera”, recordar todo lo que no fue.

La memoria también es cuerpo, porque es imágenes, sonidos, olores, colores y tacto. Recordamos con la piel, con las manos, con los oídos… por eso podemos decir que el pasado duele, se siente.



Cito: “No planté un árbol de mandarinas”

Recuerdo el olor de lo que siempre está por irse

de lo que siempre está por terminar

la piel color naranja venas más antiguas

que cualquier otro deseo

tal vez pude quererte

tal vez pude ser lo último que nos sobra

el olor es la memoria recuerdo

el origen de la angustia de la premonición

recuerdo el sabor el precipicio el sustantivo

recuerdo que te quise

y cuando pasen los años

aunque pasen

diré que no

que no fue suficiente

que no quisimos que nos bastara



Apartado 5: Futuro, anterioridad

Luego de la memoria, de lo pasado, se augura el después. Pero es el futuro visto como a los ojos de un muerto que tiene pena por el devenir que ya vislumbró. Un futuro que se recuerda. Un anhelo, un deseo desde la desesperanza, como adelantarse a los hechos, desde ese día futuro que ya fue.

Un efecto poético que nos hace sentir una melancolía existencial por lo que vendrá, una tristeza más allá de la muerte.



Cito: “Uno: plan a futuro”

Será triste no poder darle mi nombre

al de la autopsia o al de la funeraria

y seguir dependiendo del vivo que proporcionará mis datos

y no es la tristeza de quien me va a seguir nombrando en vano

o de quien se olvidará de hacerlo

sino la tristeza de seguir teniendo nombre propio.





Aleida podrá decir, ya le tocará su turno, que nada de lo que yo he hablado aquí aparece en su poemario. Que tal vez en otro universo pensaba ella al componer estos poemas. Porque un texto, ya en manos del lector, es un ser viviente que va tomando formas diversas a la luz de otros ojos, es un ser que se desentiende de su autor. Coincido con la teoría que defiende que los textos literarios terminan su ciclo en la mente del lector, porque nosotros somos quienes los relacionamos a otras lecturas, otras referencias y a nuestra propia experiencia. Esta es mi lectura de Miedo Cerval, donde entre líneas se asoma, quizá, mi propio miedo.



A Aleida la conocí hace años como mi alumna en el diplomado de la Escuela de Escritores. Si el tiempo lo contáramos en libros he de decir que hace tres libros que nos conocimos. El primero fue la Antología compartida, donde ella participó como autora de algunos poemas y yo como la editora y alcahueta de esa publicación. Un proyecto de la única generación que se ha graduado con libro impreso.

El segundo, Al viento lo que es del pájaro, un poemario editado por Tolvanera Ediciones, proyecto en el que ella colabora directamente, como autora, como editora y en el que yo he apoyado algunas veces, y de manera indirecta, en la edición y maquetación. Un minipoemario que es resultado, en parte, de su cariño por los libros como objetos y por su confección.

Y este tercero, Miedo Cerval, ya parte de un proyecto mucho mayor, que incluye la edición de 1000 poetas de todo el mundo, un experimento para una comunidad global de escritores unidos por las redes. Y también, un poemario más personal donde la autora nos muestra otros temas y otras de sus obsesiones.

Si contáramos el tiempo por lo que en conjunto nos ha tocado revisar y editar tendría que hablar de muchos fanzines y textos. Pero también tendría que hablar de cientos de tardes compartidas, siempre con un montón de libros alrededor. Hace mucho tiempo que Aleida dejó de ser mi alumna y se convirtió en una amiga más, una amiga en la literatura.