No. No querer
escribir. No poder escribir. Sentirse incapacitado, o bien, aprovechar la
negación para crear desde el NO, desde la misma imposibilidad.
Por el momento la llamaré negación literaria. No se confunda, por
favor, con la negación hacia la literatura. Una preposición puede
cambiar el sentido entero de una frase. Pero, ¿cómo puede ser esto de crear
desde la negación?
Veamos. Se trata de quienes han hecho de la negación su tema
principal, quienes han logrado dar una vuelta de tuerca al problema del
“bloqueo del artista”. Donde parece que no hay nada, surge la nada como un todo.
¿No se te ocurre nada? ¿Y entonces porque no escribes sobre eso?
Entre mis negados favoritos está el libro Bartleby y compañía[1],
del español Enrique Vila-Matas. Una especie de novela-ensayo en la que su
personaje principal intenta descifrar por qué dejó de escribir, y para salir de
dicha traba vuelve a escribir, pero esta vez sobre los autores que padecen del
mal de Bartleby[2],
esto es, “en los que habita una profunda negación del mundo”, los que después
de X número de libros abandonaron la escritura para siempre. Por sus notas
desfilan curiosidades de escritores como Juan Rulfo, Robert Walser, Rimbaud,
entre muchos otros, así como casos de personajes históricos como Sócrates,
quien sabemos de boca y pluma de su discípulo Platón, no escribió nunca.
Otro negado entrañable es el uruguayo Felisberto Hernández, con su
cuento “Las dos historias”[3].
Su protagonista es un joven que tiene muchos deseos de escribir un cuento, pero
a la hora de sentarse a hacerlo descubre la razón profunda por la que tenía
tantas ganas de atrapar esa historia y encerrarla en el papel, y al
descubrirlo, se le deshace el anhelo de escribir. El placer del lector, o al
menos de un lector fetichista como yo, es el momento en que adviertes lo
absurdo que resulta que estés leyendo un cuento acerca de alguien que quiere
escribir un cuento y no puede, y el no poder es parte del desenlace de la
historia.
La mexicana Josefina Vicens nos dejó El libro vacío[4].
José García, su protagonista, intenta escribir una novela; para ello se compra
dos cuadernos, en el primero escribirá todo lo que se le ocurra, luego
trabajará algunas de la frases, para más tarde, cuando valgan la pena algunas
de estas ideas, pueda pasarlas al segundo cuaderno. A cierta hora se encierra a
escribir cada día, pero no puede desarrollar su novela. Su esposa intenta no
hacer ruido en casa para no desconcentrar a su marido escritor, y cuando éste
sale de la habitación ella le pregunta si acaso ha podido avanzar, que cómo va
su libro, a lo que él responde con evasivas disfrazadas. Jamás logra escribir
una sola línea en el segundo cuaderno, en cambio, tiene varias libretas como la
primera, en las que sólo escribe de su imposibilidad.
George Steiner, por su parte, tituló uno de sus textos Los libros que nunca he escrito[5],
en el que presenta ensayos literarios de distintos temas. Lo que éstos
comparten (y de ahí el título) es que cada uno había sido pensado como un
estudio crítico más amplio que terminaría publicándose, pero por diversas
razones no llegaron a ser el libro imaginado, aunque sí llegaron a conjuntarse
los siete en una sola edición. ¿Truco publicitario de título atractivo?
Bueno, la respuesta quedará en el lector de Steiner, mientras
tanto ya me siguieron hasta aquí, leyendo lo que yo he escrito acerca de los
que saben que escribir que no se puede escribir también es escribir. Va!
[1] Vila-Matas, Enrique. Bartleby y
compañía. Barcelona. Editorial Anagrama. 2005
[2] Nombre del protagonista del cuento “Bartleby, el escribiente”, de
Herman Melville
[3] Hernández, Felisberto. Obras
Completas Vol. II. México. Siglo XXI editores. 2007
[4] Vicens, Josefina. El libro vacío.
México. SEP/FCE. Lectura Mexicanas. 1986
[5] Steiner, Geroge. Los libros que nunca he escrito. México. FCE/Siruela.
2008