domingo, 1 de abril de 2012

El hilo del Minotauro

El hilo del Minotauro. Cuentistas mexicanos inclasificables.
Selección y prólogo de Alejandro Toledo.
Col. Universitaria de Bolsillo. FCE.


Cuando un crítico cataloga un autor como “raro” resulta inevitable preguntarse a qué es exactamente a lo que se refiere. Uno podría cuestionar si no habrá tenido otros adjetivos a la mano antes de soltar la palabrita, pues puede quedar la impresión de que es más fácil aludir a la “extrañeza” estilística que hacer un análisis de una obra.
Por otra parte, cabría pensar que para algunos sería un halago, una especie de publicidad dirigida a cierto tipo de lectores, sobre todo para quienes les gusta presumir su preferencia por los escritores fuera del canon, a los difícilmente encasillables, o bien, que caben dentro de esos “otros” apelativos como lo marginal, excéntrico, atípico, extravagante, estrafalario…
Sin embargo, ¿cuál es el parámetro para decir quién es “raro” en la literatura y quién no lo es? Resulta harto complicado si tomamos en cuenta que muchos escritores, en distintas épocas, han salido del oscuro anonimato con tales etiquetas, y con el tiempo se han convertido en clásicos universales, es decir, en el mismo canon.
Ni qué decir de quienes pasan totalmente desapercibidos por sus contemporáneos, y generaciones más tarde alguien con autoridad en el tema cree redescubrirlos para la posteridad. La verdad es que la historia de la literatura está llena de estas anécdotas. Rarezas que se convierten en estilos, en corrientes, en leyendas. Autores que se clasifican por la crítica en boga, y que con el paso del tiempo pueden reclasificarse según cambie la apreciación de los lectores.
En la antología de cuentistas mexicanos El hilo del Minotauro, Alejandro Toledo nos presenta su propia selección de los “raros”, aunque precisamente por la carga semántica de la palabra, prefiere llamarlos “inclasificables”. Lo que busca Toledo, en todo caso, no es la difusión propagandística de narradores mexicanos poco conocidos o poco valorados, pues entre líneas descubre que el trabajo del antologador (o crítico) no es la de salvar a ciertos escritores de la desmemoria o rescatarlos de un olvido que parece tenerlos secuestrados, sino destacar el hecho de que los grandes no siempre son los que más lectores tienen, ni los que pueden publicitar éxitos mesurables.
Para ello retoma la distinción cortazariana entre famas y cronopios: “Los famas andan a la caza del reconocimiento y los cronopios andan por sus caminos individuales. Los famas creen que por ser conocidos serán leídos, y de esa manera justifican su obsesión por la foto o el titular en el diario; los cronopios entienden que sólo por sus obras los conoceréis. El fama brilla en sociedad; al cronopio se le etiqueta como raro.”
Para Toledo, entonces, los cronopios mexicanos de la segunda mitad del siglo XX que sobresalen en el género de cuento son: Francisco Tario, Efrén Hernández, Guadalupe Dueñas, Amparo Dávila, Inés Arredondo, Salvador Elizondo, Pedro F. Miret, José de la Colina, Gerardo Deniz, Angelina Muñíz-Huberman, Jesús Gardea, Esther Seligson, Adela Fernández, Hugo Hiriart, Guillermo Samperio, Daniel Sada, Samuel Walter Medina, Emiliano González, Humberto Rivas, Daniel González Dueñas, Verónica Murguía, Luis Ignacio Helguera, Javier García-Galiano, Cristina Rivera Garza y Pablo Soler Frost.
Una selección de autores altamente recomendable que, de no ser por la paradójica clasificación de “inclasificables” sería difícil que compartieran espacio en una misma edición.   

Metrópolis, octubre 2009
http://revistametropolis1.blogspot.mx/2009/10/libros-el-hijo-del-minotauro.html 

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