A los jóvenes no les interesa
leer. A muchos adultos tampoco, claro está ¿Por qué? Las razones son muchas,
pero en general podemos decir que la lectura no es algo que se fomente en casa
ni en la escuela.
Aquí saltarán unos cuantos
maestros: pero si les pedimos de todas las formas posibles que lean lo que
viene en el programa ¿cómo dicen que no fomentamos la lectura? Lo que sucede es
que la palabra “fomento” no tiene que ver con otros términos como “exigencia”,
ni mucho menos con “obligación escolar”.
Cuando pienso en la palabra
“fomentar” surge una cadena de asociaciones en donde lo que más se acerca es
“contagiar el gusto por”. Por obvias razones, nadie puede contagiar algo que no
tiene. ¿Cómo transmitirle a otro que una historia es fascinante? De ahí que no
importe si un maestro estudia bien su lección y les dice a los alumnos de qué
trata, qué es importante resaltar y todo lo que haya visto en su guía de clase.
Las más de las veces resulta aburridísimo escuchar a alguien que no transmite
una emoción, pero las más de las veces, también, para el profesor es una
obligación más.
Recursos para lograr este
contagio son tantos como los que la imaginación de cada uno alcance, es decir,
no hay una serie de pasos a seguir que aseguren el éxito. No obstante, sí hay
ciertas circunstancias que pueden ser tomadas en cuenta. Una de ellas es estar
consciente de que las generaciones van cambiando y a los jóvenes de ahora tal
vez no les interese lo mismo que a uno cuando tuvo esa edad, mucho menos si se
trata de formarles un hábito que no tienen.
Michèle Petit, en su libro Nuevos acercamientos a los jóvenes y la
lectura (FCE, 1999) nos comparte su experiencia con jóvenes de barrios
marginales en Francia, para los cuales la lectura significó un cambio profundo
en sus vidas. Petit intenta comprender cómo es que un sujeto encuentra, en la
frecuentación de la palabra escrita, la posibilidad de construir el sentido de
su vida y participar en el mundo.
Por su parte, Charles Sarland en La lectura en los jóvenes: cultura y
respuesta (FCE, 2003), abre un
entretenido debate acerca del fracaso en la formación de lectores en los
programas académicos y propone elegir obras consideradas como literatura “chatarra”
o “menor”, para primero atraer la atención de los jóvenes y, a partir de ahí,
trabajarlas reflexivamente para obtener tan buenos resultados como se lograría
con otras obras.
Otra propuesta es la colección 18
para los 18, que recién publicó Fondo de Cultura Económica. Son 18 novelas
breves en un conjunto de 6 libros, que se pueden conseguir por separado o en paquete,
precisamente para jóvenes de 18 en adelante. Una selección bastante atinada que
reúne una diversidad de temas y varios de los mejores autores mexicanos. La
muestra va desde lo más emblemático de nuestra literatura (pasando por lo
irreverente), hasta lo poco difundido.
Obras incluidas en 18 para los 18
Elsinore, un cuaderno, de
Salvador Elizondo
Querido Diego, te abraza Quiela,
de Elena Poniatowska
Anónimo, de Ignacio Solares
Soledad, de Rubén Salazar Mallén
El solitario atlántico, de Jorge
López Páez
Los relámpagos de agosto, de
Jorge Ibargüengoitia
William Pescador, de Christopher
Domínguez Michael
Educar a los topos, de Guillermo
Fadanelli
Las hojas muertes, de Bárbara
Jacobs
Aura, de Carlos Fuentes
El libro salvaje, de Juan Villoro
Ninguna eternidad como la mía, de
Ángeles Mastretta
Las batallas en el desierto, de
José Emilio Pacheco
La gaviota, de Juan García Ponce
El complot mongol, de Rafael
Bernal
La tumba, de José Agustín
La muerte del instalador, de
Álvaro Enrigue
El apando, de José Revueltas
Metrópolis, agosto 2010
http://revistametropolis1.blogspot.mx/2010/08/libros-llega-la-coleccion-18-para-los.html
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