jueves, 5 de abril de 2012

El verbo leer no soporta imperativos o los derechos del lector

Y aquí voy otra vez. ¿Qué libro recomendar? Por asociación, pienso en todos los que no leen o leen por obligación. Recuerdo entonces un libro que habla del suplicio que significa tener que leer cuando no quieres hacerlo.

El libro al que me refiero es Como un novela, del escritor francés Daniel Pennac. En ella narra, como si fuera una novela, distintas experiencias de lectura desde la infancia, y en algunos apartados aprovecha para hacer algunas recomendaciones en la formación de lectores. Lo que aquí me gustaría comentar es su decálogo del lector. Pennac presenta los diez derechos de todo lector que se precie de serlo, con los que busca, entre otras cosas, alejar a la lectura de algunos prejuicios comunes, así como de la solemnidad con la que algunos tratan el tema, como el creer que sólo leen los que estudian mucho, los que no tienen gran vida social, los que tienen mucho tiempo libre o, como dirían muchos jóvenes, que es una actividad “como aburrida, ¿no?”

Aquí les van los derechos del lector, o bien, lo que todo el que inicia en la lectura debe saber acerca de lo que hacen los lectores.

1.     El derecho a no leer
Negarse a leer si se quiere. La lectura tendría que ser una necesidad, no algo que te hará ver bien ni te hará respetable. El que es lector no lee todo el tiempo, ni con continuidad, sino que suele tener periodos en que no puede o simplemente no quiere leer. Suele creerse que la lectura “humaniza al hombre”, y eso sucede en la mayoría de los casos, aunque debemos aceptar que hay deprimentes excepciones. Pensar que la lectura es un deber es otorgarle casi una obligación moral y no es así; también se lee por diversión, por entretenimiento, por evasión y por más.

2.     El derecho a saltarse páginas
Como ya decíamos, leer no es un deber, ni mucho menos un sacrificio en el que se tengan que leer todas y cada una de las páginas. Sería más sencillo habituarse a leer si esta actividad se asociara con el placer, con algo motivado por el deseo. Y la verdad es que, de saltarse páginas a leer versiones resumidas o, peor aún, leer el resumen de alguien más en Internet, es preferible saltarse páginas, pero tener una lectura y opinión propia.

3.     El derecho a no terminar un libro
Hay mil y un razones para no terminar un libro y, dejando a un lado lo circunstancial de la vida, puede ser porque no me gustó, porque no le entendí, porque tiene un lenguaje rebuscado con el que no estoy familiarizado, porque es pésimo, porque….En resumen, hay que buscar lecturas que motiven nuestros propios gustos. Y no debemos sentirnos mal si no comprendemos a un autor, éste puede esperarnos el tiempo que sea necesario.

4.     El derecho a releer
Releer, por ejemplo, el libro que no entendí hace años, releer sin saltarme páginas, releer por comprobación (luego entendemos lo que queremos o hasta cambiamos las historias), releer por el placer de la repetición, releer con otra mirada, desde otro ángulo.

5.     Derecho a leer cualquier cosa
Sabemos que en gustos se rompen géneros, pero no todo se lo podemos adjudicar al gusto, es decir, se dice que hay buenas y malas lecturas desde distintos puntos de vista. Y se recomienda a los autores que tienen un compromiso con su escritura y no con su billetera, quienes buscan un estilo estético y no quien sigue una fórmula best seller, como hacen en las telenovelas, que tienen un éxito asegurado. No obstante, cuando alguien comienza a leer de cero y se emociona más con lecturas “comerciales” más vale no molestarlo, pues si sigue leyendo ya elegirá, poco a poco, qué más le resulta interesante.

6.     Derecho al bovarismo (enfermedad de transmisión textual)
Para entender de lleno el término bovarismo habría que remontarse a la novela Madame Bovary, de Gustav Flaubert. En palabras de Pennac, es “la satisfacción inmediata y exclusiva de nuestras sensaciones: la imaginación brota, los nervios se agitan, el corazón se acelera, la adrenalina sube, se producen identificaciones por doquier, y el cerebro confunde lo cotidiano con lo novelesco”.  Esto es, lo que nos provocan las historias rosas, de vampiros, de terror, policíacas o cualquier otro género que nos impacta y nos llega a obsesionar. Es válido, es un derecho.

7.     El derecho a leer en cualquier lugar
Ya que debe ser un placer, cada quien puede hacerlo donde mejor le venga en gana. Recuerdo que mi madre me regañaba por leer de noche con una pequeña linterna debajo de las sábanas; decía que era hora de dormir y además que me echaría a perder la vista. Ella tenía razón, pero yo también, pues me resultaba mucho más emocionante leer a escondidas, sabiendo que todos estaban dormidos y que lo tenía prohibido. Ulises Lima, personaje de Bolaño en Los detectives salvajes leía bajo la ducha; por un tiempo nadie sabía por qué sus libros siempre estaban húmedos e hinchados en una ciudad en que no llovía, hasta que otro personaje lo descubre en el baño tallándose con un mano y sosteniendo un libro de poesía con la otra. Es un derecho, cada quien sus manías.

8.     Derecho a hojear
 Como el derecho a saltarse páginas, el derecho a hojear implica hacer una lectura caprichosa, como picar un poco de una gran comida, o robar un poco de betún del pastel cuando nadie está mirando. Es disfrutar de una probadita.

9.     Derecho a leer en voz alta
Como cuando me escondía bajo las sábanas para leer de noche con la satisfacción de que rompía las reglas, también solía sentar a mis muñecas y monos de peluche en mi habitación y leerles en voz alta mis pasajes preferidos, juego que se terminaba si alguien llegaba a casa, pues el placer se producía únicamente si me encontraba sola. En la escuela nos obligaban a leer en silencio, comprender en silencio. Leer en voz alta también puede ser un acto transgresor. El poeta Vicente Huidobro se enlistó, sin que lo requirieran (pues era chileno) en el lado republicano de la guerra civil española, y cuentan que le gustaba subirse a los tanques de guerra y desde encima de éstos leer poesía en voz alta, qué digo en voz alta, gritando, como acto de protesta. Tal vez en nuestras bibliotecas no estén de acuerdo con este derecho, pero como acción de compartir con los demás una lectura que nos ha fascinado es totalmente lícito.

10.  Derecho a callarnos
Pennac lo dice mejor que yo:
“El hombre construye casas porque está vivo, pero escribe libros porque se sabe mortal. Vive en grupo porque es gregario, pero lee porque se sabe solo. Esta lectura es para él una compañía que no ocupa el lugar de ninguna otra pero que ninguna otra compañía podría sustituir. No le ofrece ninguna explicación definitiva sobre su destino pero teje una apretada red de connivencias que expresan la paradójica dicha de vivir a la vez que iluminan la absurdidad trágica de la vida. De manera que nuestras razones para leer son tan extrañas como nuestras razones para vivir. Y nadie tiene poderes para pedirnos cuentas sobre esa intimidad.”

En resumidas cuentas, leamos cuando y de la manera que queramos, leer también es un acto de libertad. 

Metrópolis, octubre 2010
http://revistametropolis1.blogspot.mx/2010/10/libros-para-leer-en-libertad.html

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