Polvo Rojo, escrito por Daniel Herrera, es un volumen con una
selección de catorce cuentos escritos entre 1999 y 2008. La publicación forma
parte de la Biblioteca de cuento contemporáneo, de Ficticia Editorial, en
colaboración con el Ayuntamiento de Torreón (2006-09).
Además del título y la portada,
basta leer la dedicatoria para imaginar de qué tratará el libro: “Para Torreón
y su nota roja”. En efecto, los cuentos de Daniel se alimentan de pasmosas
situaciones que son moneda corriente en las páginas policíacas de periódicos y
revistas sensacionalistas, aunque las escruta desde el punto de vista interno,
de los personajes, recreando el momento previo de los sucesos que a menudo nos
impactan por su crudeza a través de los medios.
Pero no se refiere a la fuente
propiamente delincuencial del subgénero periodístico, marcado a últimas fechas
por la balacera y la decapitación; la prosa de Polvo Rojo acude a la trama cotidiana de gente aparentemente común,
donde se producen imprevistos hechos de sangre o escándalos relacionados a la
perversión sexual, ya sea a partir de narradores en primera o tercera persona,
o bien de personajes que enlazan, de manera paradójica y sugerente, la
elocuencia del discurso escrito con la terrible inconciencia de conductas
histéricas o de plano sociópatas.
En la narrativa de Polvo Rojo hay algunas características:
espacios marcados por la pobreza; violencia y asesinato en el contexto barrial
y doméstico; prostitutas; horror psicológico vinculado a la coexistencia
familiar; varones con una fijación por las piernas femeninas, prototipo del
agresor sexual. El lector proclive a la nota roja encontrará en este libro su
gusto hecho literatura.
El argumento literario en estos
cuentos incluye desde el absurdo fantasioso hasta la figuración
sociológicamente plausible.
Ejemplo de lo primero es “Mono-grafía”,
cuyo personaje es una especie de mutilado psíquico que se considera a sí mismo
un artista conceptual, quien compra un mono con el que “quería hacer un texto,
o un video, o un corto, o unas fotografías, o una obra de teatro, o una
pintura, o un performance, o una instalación” usando al animal…; el desarrollo
del cuento es divertido, pero lo torcido de la imaginación socio-literaria de
Daniel lleva las situaciones a una expresión límite: la zoofilia.
Por la parte de las figuraciones
plausibles son varias las piezas, de hecho la mayoría. En “La destrucción y el
orden”, un reportero agobiado por los recortes laborales en su empresa sube a
un taxi del que no sabe cómo bajará, mientras hace un repaso de las
dificultades que enfrenta en su vida familiar.
En “Como si Dios estuviera
sonriendo”, un desempleado casi treintañero, insomne irremediable que vive con
su madre y su engorroso abuelo, se encuentra por la mañana con un día
“luminoso, claro y confiable”, momento en que es lanzado a buscar, muy a pesar
suyo, algún quehacer productivo; el personaje diseña una estrategia
cortoplacista que lo lleva a descubrir las extrañas tentaciones que, estando
recluido en casa, talvez hubieran pasado por alto.
Algunos cuentos terminan con
elipsis casi obvias, pero que al evitar la descripción de los desenlaces
violentos, pareciera que el autor le dice al lector: “suscriba aquí la noción de
escándalo de su preferencia” (“El viejo y la niña”); o talvez: “anote aquí el
tipo de golpiza que tenga a bien imaginar” (“La destrucción y el orden”).
El espacio ficcional es muy
lagunero, como su autor, quién también tiene publicada la novela Con las piernas ligeramente separadas.
Metrópolis, febrero 2010
http://revistametropolis1.blogspot.mx/2010/02/libros-polvo-rojo.html
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