En este año de festejo del
Bicentenario de la Independencia de México hago un intento por releer algo de
Historia. Mis intenciones hasta ahora han sido vanas porque, para empezar, leo
por la noche, cuando ya estoy muy cansada y ningún café cargado logra que
mantenga la concentración adecuada para fijar en mi mente tantos datos, tantos
nombres y tantas fechas.
Hago entonces otro intento (casi
igual de vano) por recordar lo que aprendí en la primaria acerca de la
Independencia. Con un poco de lamento rememoro que me explicaron y contaron muy
poco, y más bien hice resúmenes o memoricé de un día para otro datos que fueron
vaciados en exámenes, los mismos que seguramente mi memoria a corto plazo desechó
después de aprobar la materia.
A mi mente vienen las imágenes de
las estampillas compradas en la papelería, de las cuales me pedían copiar el
texto del reverso. En ellas aparecían, por ejemplo, un Hidalgo con un
estandarte de la virgen de Guadalupe bien en alto, con expresión enérgica,
dando el famoso grito de Dolores; un Morelos con pañoleta roja en la cabeza, de
expresión también enérgica o una Josefa Ortíz de Domínguez, peinada con un
chongo y vestida de colores oscuros.
Luego me acordé que si bien la
mayoría de mis profesores siguieron la exigencia del “macheteo”, hubo uno en
secundaria que se le ocurrió hacer un viaje de estudios en el que visitaríamos
distintos lugares por donde pasaron los insurgentes. Fuimos con el maestro de
pueblo en pueblo por todo Guanajuato, y además de probar nieves de aguacate y
de tequila en Dolores, comprar zapatos en León, cajeta en Celaya y visitar a
las momias y el callejón del beso en la capital del estado, también nos fue
narrando la historia de Independencia mientras nos trasladábamos por carretera
de un punto a otro.
A decir verdad, lo que recuerdo
con más claridad, tal vez por los tintes inverosímiles del relato, fue la parte
donde “el Pípila” usa una losa ancha como protector antibalas para llegar casi
a gatas a quemar la puerta de la Alhóndiga de Granaditas. Pero el dato más
impactante que me quedó grabado, tal vez por lo sádico, fue que en ese mismo
sitio, unos meses después, estuvieron expuestas en jaulas de hierro las cabezas
de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez, con una inscripción que decía “insignes
fascinerosos y primeros cabecillas de la revolución”. Del resto de los
acontecimientos, si he de ser sincera (tenía 14 años), no almacené nada que
pueda mencionar.
Me quedo pensando en lo que el
común de los mexicanos aprendemos realmente sobre la historia de nuestro país.
Pregunto a mi sobrino de 8 años si sabe quién fue Hidalgo. Me responde que por
supuesto que sabe, que es uno de los héroes que lucharon por la patria, que era
cura y que estaba pelón, pero que a los lados tenía cabellos largos y blancos.
Su respuesta me indica que en materia educativa no ha habido muchos cambios en
20 años.
Sin embargo, entre mis recuerdos
no todo está perdido. Si de alguien aprendí (o mejor dicho desaprendí) del
periodo de Independencia fue de Jorge Ibargüengoitia. Tiene un humor negro y
satiriza de tal modo los hechos históricos que es imposible aburrirse. Y no es
que crea que lo que escribe este autor sea la verdad y nada más que la verdad,
pues se trata de literatura, pero de literatura documentada, que precisamente
juega a desacralizar la historia oficial, de quitarle el halo heroico que nos
mostraron los libros de texto.
Ibargüengoitia presenta en su novela
Los pasos de López la vida de Miguel
Hidalgo, aunque como buena sátira no lo llama así, sino padre Periñón. Y es que
la literatura, como espacio ficcional, es idónea para la crítica. En esta obra
podemos seguir los pasos de un “Hidalgo” más humano y menos héroe, más
empresario y político que cura; mujeriego, astuto, inclinado a la bohemia y al
arte; un hombre que se vio envuelto en una serie de circunstancias que en buena
medida lo empujaron a terminar siendo, para bien o para mal, “el padre de la
patria”. Podemos leer textos históricos serios (o lo que se entienda por serios),
pero luego de leer la ficción de Ibargüengoitia no se puede volver a leer la
Historia de México sin dudar de ella.
Metrópolis, septiembre 2010
http://revistametropolis1.blogspot.mx/2010/09/libros-los-pasos-omisos-de-la.html
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